En esta crónica el escritor Alan Robinson repasa cómo empezó a bailar tango y muestra algunas relaciones entre la danza y el paradigma de la neurodiversidad.
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“Tango y neurodiversidad” fue originalmente publicada en la página de su autor www.alanrobinson.ar
A Romina, Mara y Florencia las profes de Aires del Sur.
En principio, parece que no habría nada en común entre el tango y la neurodiversidad. Sin embargo, aquí me propongo buscar algunas relaciones posibles entre la danza del tango y el paradigma de la neurodiversidad a partir de mis experiencias como pedagogo, escritor y aficionado al tango. Está crónica nace como un intento de organizar algunas experiencias a partir de mi aprendizaje de la propuesta de «Tango en Devenir» del grupo Aires del sur. En filosofía, la idea de «devenir» se refiere al estado de permanente cambio y evolución. Desde esta perspectiva las cosas, el sujeto y el ser son ilusiones de la consciencia para intentar ordenar el caos.
El tango bien podría ser el arte de la memoria que nos invita a viajar en el tiempo cuando lo escuchamos y en el espacio cuando lo bailamos. Por esto, me dispongo a recordar algunas experiencias de mi historia, convocándolas a la literatura para permitirme describir algunas relaciones entre la danza del tango, la pedagogía y los cuerpos. La poética en los lenguajes artísticos es todo aquello que nos conduce a expresarnos libremente según determinadas formas estéticas. La danza del tango tiene sus formas expresivas como los abrazos abiertos o cerrados, que lleva tiempo aprenderlas.
El paradigma de la neurodiversidad sostiene la idea que las diferencias neurológicas entre las personas son variaciones normales en el desarrollo del cerebro humano. El término neurodiversidad fue acuñado como sinónimo de biodiversidad neurológica. La neurodiversidad se propone como un movimiento para la justicia social y la promoción de la igualdad de las “minorías neurológicas”, es decir, personas cuyo cerebro funciona de manera atípica.
Hace unos pocos años comencé a bailar tango que para mí representa un viaje en el tiempo y el espacio. Escuchar tango es un viaje a mi infancia en el barrio del Parque Chacabuco, mis amores de juventud apasionada y mi perdida de la razón a los 16 años, edad en la que tuve mis primeras alucinaciones auditivas, visuales y táctiles. La practicas terapéuticas a las que me sometieron para que mi cuerpo recupere la razón y evite las alucinaciones táctiles fueron heridas que me dejaron cicatrices.
A lo largo de mi vida adulta con mucho apoyo, paciencia y dedicación aprendí a convivir con mis alucinaciones auditivas y visuales. El oficio de escritor me permitió transformar lo que se describe como alucinaciones simplemente en voces y visiones que me ayudan a escribir. Enseñar literatura y actuación me permitió sistematizar pedagógicamente una poética para la creación artística, en la cual las voces y las visiones fueran necesarias. Pero me faltaba la relación con las experiencias atípicas en los contextos de creación artística a partir del tacto.
Las alucinaciones táctiles son poco frecuentes y además tuve pocas de esas experiencias a través del sentido del tacto. Pero no voy a negar que las tuve, específicamente en las muñecas, tobillos, dedos de los pies y metatarsos. En una de las tantas terapias que hice, la psicóloga me sugería que tenía que olvidar esas experiencias y la forma en me trataron porque ya estaban en el pasado. Se describen a estas experiencias sensoriales que las personas neurodivergentes podemos tener como alucinaciones. Pero tanto las alucinaciones visuales, auditivas y táctiles que experimenté fueron formas de reaccionar a estímulos a partir de mis sentidos de la vista, el oído y el tacto. El sentido del tacto se extiende por toda la piel y en la danza del tango es muy importante porque es a través del tacto y del contacto que circula la información y los estímulos de nuestra pareja de baile para expresarnos al bailar. Un cuerpo que se expresa bailando recibe información a través de sus cinco sentidos, la cual viaja por el sistema nervioso, hacia el cerebro el cual responde nuevamente con mas estímulos que le dan continuidad a la forma del movimiento. Este proceso suele suceder de forma inconsciente y las sustancias psicofarmacológicas lo alteran, controlan y condicionan.
Nací en el año 1977, me pusieron nombre de varón y fui criado con las típicas expectativas de que jugara al futbol, que sea competitivo y que alcanzara el éxito en todo lo que me propusiera. En la década del ´80 ya me daba curiosidad escribir y hasta recuerdo que me gustaba escribir poemas y cuentos. Pero también en aquella época, era común que los varones escucháramos que “el diario íntimo es para las chicas y la pelota para los chicos”. Los bailes se llamaban “asaltos” en los cuales las chicas debían llevar comida y los chicos bebida. En el momento de bailar las canciones “lentas” éramos los varones quienes teníamos que invitar a bailar a las mujeres y a mi me daba mucha vergüenza cuando rechazaban la invitación a bailar conmigo. En esas canciones sin que lo supiera empezaron mis primeros abrazos de tango. Tiempo después ir a bailar se volvió una actividad social como excusa para poder tomar bebidas alcohólicas con amigos fuera del control familiar.
Los primeros tangos que escuché fueron en clases de actuación, canto y danza. Empecé a escuchar tangos luego de las experiencias de alucinaciones que tuve, fuera del loquero. Naranjo en flor, fue el primer tango que ensayé y canté en la década del ‘90, mientras me juntaba con jóvenes elencos teatrales, haciendo escenas de humor en cafés concerts de San Telmo. Tenía apenas 20 años cuando canté por primera vez los versos “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos”. Estos versos han sido clave para sobrevivir como persona neurodivergente en una sociedad que rechaza sistemáticamente la diversidad de las conductas delirantes y alucinantes.
Los cuerpos que expresan sus reacciones a estímulos de formas atípicas enfrentan la discriminación, el prejuicio y la exclusión social. Las conductas de los cuerpos neurodivergentes se describen de formas estereotipadas en los consultorios neurotípicos y así es como se empiezan a difundir juicios sesgados en la sociedad sobre las personas neurodivergentes, sus conductas y formas de expresarse. Así es como nacen los prejuicios sociales y las representaciones estereotipadas de la locura. Por todo esto muchas personas creen, por ejemplo, que los autistas no miran a los ojos y no hay que abrazarlos porque “entran en crisis”. Estas suposiciones se constituyen como una barrera social que enfrentan las personas neurodivergentes que quieren aprender a bailar tango.
La experiencia del contacto en el abrazo del tango puede generar incomodidad, nervios o sufrimiento a cualquier persona. Pero también la experiencia de bailar tango puede generar comodidad, tranquilidad y disfrute. Uno de los tantos problemas que construyen los prejuicios es que impiden la igualdad de oportunidades para aprender a bailar tango. La experiencia de expresarse en pareja bailando tango en una pista en armonía con la música puede resultar en un maravilloso viaje en el tiempo y el espacio.
Otro de los prejuicios muy arraigado entre terapeutas, psicopedagogos y familiares es que las personas neurodivergentes se comunican de forma literal sin poder crear metáforas, como si su cerebro fuera una computadora fallada que vino sin la función “crear metáfora”. Al tomar clases de tango se aprende que, al bailar en la pista, las parejas se mueven en circulo en dirección contraria al movimiento de las agujas del reloj. La simple consciencia sobre esta forma de moverse en la pista ofrece a quien baila la posibilidad de expresar el movimiento en contra de las agujas del reloj, como metáfora de un pasado que se hace presente en la danza de las parejas bailando en el espacio de la pista.
Durante los años que trabajé como director teatral dediqué mucho tiempo a investigar la expresividad en la interpretación escénica en los cinco sentidos a partir de ejercicios de contacto en pareja. Guiando los ejercicios observaba desde afuera cómo reacciona el cuerpo al contacto desde el sentido del tacto en situaciones de silencio y con los ojos cerrados. La piel reacciona a muchos estímulos constantemente sin que tengamos mucha consciencia de estos procesos. En la danza o en la expresión corporal, podemos tomarnos el tiempo para hacer consciente como la temperatura ambiente o la textura de la ropa son distintos estímulos a los que reaccionamos todo el tiempo a través del tacto. La práctica nos hace conscientes que el movimiento es música en el cuerpo. El tango, el vals o la milonga, son músicas que se expresan entre dos cuerpos en una pista Cuando bailamos son los cinco sentidos los que hacen que nuestro cuerpo se deje llevar por la música o que se deje llevar por la música de la pareja. Cada pareja tiene su propia música y aprender a escucharla me llevo a prestar atención a como era mi relación con el tacto, el contacto y el abrazo en los ejercicios de las clases de tango. Este tipo de ejercicios que llevan la atención a la comunicación los retomé como estudiante cuando empecé a tomar clases de tango.
De esta manera me fui tomando consciencia de la importancia de los brazos y las piernas en la danza del tango. Tomando clases descubrí que la piel, los músculos y los huesos alrededor de mis muñecas y tobillos alojaban la historia de un trauma.
Cuando fui recluido en un loquero me ataron de pies y manos a una cama, con abrazaderas de cuero en los tobillos y muñecas para ser inmovilizado con el objetivo de evitar las alucinaciones. Estas prácticas invasivas que padecí impusieron una respuesta desde el sentido del tacto de mi cuerpo a determinados estímulos. Es decir que, ante la percepción de estímulos atípicos, mi cuerpo empezó a reaccionar con rechazo porque mis muñecas y tobillos fueron atados a unas sogas que me mantenían inmóvil en una cama de una habitación de aislamiento, para que mi cuerpo quede condicionado bajo los efectos de las drogas psicofarmacológicas a responder de la misma forma a todos los estímulos: rechazando las alucinaciones, comportándome como un robot que es espectador de su propia vida sin poder vivirla como protagonista. El asilamiento involuntario también determinó a mis relaciones laborales, sociales, familiares y condicionó como me iba vinculando con otros cuerpos. Por todo esto algunos años después de recuperar mi libertad, nuevamente en el camino del teatro y la literatura quedé en el rol de quien mira desde afuera como docente o director. Esto sucedió por lo traumático que resultaron las practicas a las que me sometieron.
Pero cuando comencé a tomar clases de tango, el abrazo y la posibilidad de bailar en los dos roles encontré la oportunidad de tomar consciencia de todo lo que la sociedad había impuesto en mi cuerpo, a mi piel y particularmente a la forma de contactar con otros cuerpos. La tarea es como desmontar una maquinaria que se ha instalado hasta en los huesos. Caminar la pista de la milonga se transformó en un camino que me llevaba desde una sensación de rechazo hacia una sensación de aceptación del contacto con otros cuerpos gracias a los abrazos del tango. La belleza de esta danza es tan sutil que requiere de mucha práctica. Por algo nuestros viejos nos dicen “crecé pibe, que el tango te está esperando”.
Me tocó crecer entre recaídas, hasta que finalmente pude comprobar que era como dicen los viejos no más. El tango me estaba esperando con sus brazos abiertos. Aún estoy en el proceso de pasar del abrazo abierto al abrazo cerrado sin ponerme tan nervioso. El abrazo cerrado es el que más me gusta en el baile, porque tiene que ver con mis raíces, con mi búsqueda y con el sentido que tiene para mí la música de Buenos Aires. Todavía tengo un poco de miedo al rechazo antes de sacar a bailar a alguien. Por eso durante los años que dirigía teatro, dedicaba mucho tiempo a que los ejercicios y ensayos permitieran desarrollar la confianza entre quienes actúan.
En la época en que daba talleres de actuación me pasó más de una vez que colegas me enviaron estudiantes porque no les podían enseñar a actuar, porque se comportaban de formas atípicas. Esos cuerpos seguramente como el mío estaban condicionados por el rechazo y la exclusión. Creo que en los lenguajes artísticos la poética consiste en reaprender a expresarse en las distintas etapas de la vida. De ahí que también creo que el tango representa un viaje en el tiempo y el espacio.
El teatro en Buenos Aires, cuenta con una historia muy próspera y diversa. Además, la proliferación que tuvo el teatro a principios del siglo XX, va de la mano de la denominada “época de oro” del tango argentino. Me gustan los shows de tango que se ofrecen para el turismo en la ciudad de Buenos Aires. Cuando viene a la ciudad algún amigo de otro país, le sugiero empezar a conocer ese tango que está codificado como show artístico. Todas las manifestaciones estéticas del tango como la milonga en un club, las clases de tango queer o los shows en los cruceros son parte de la diversidad de tango. A mi el tango me develó un camino, un viaje hacia mi pasado que me permite expresarme escribiendo y bailando en este presente que nos toca.
El reconocimiento del drama en el tango, también representa la posibilidad de disfrutar de aquellos momentos en que estamos bailando en la pista de la milonga en sentido contrario de las agujas del reloj y si dejamos de pensar puede pasar que la música nos regale un instante de eternidad sin tiempo ni lugar.
Un instante que ya nunca volverá…
Alan Robinson nació en 1977, en Buenos Aires, Argentina. Egresó como licenciado y profesor de arte dramático. Publicó novela, dramaturgia y ensayos. Enseña literatura, psicología social y finanzas.