“alamesa” es un restaurante en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires que presenta un modelo de negocios basado en mostrar que contrata empleados neurodivergentes con discapacidad.
La propuesta de ir a comer afuera y que te atiendan camareros neurodivergentes con discapacidad resulta novedosa, llama la atención y algunos clientes la describen como una “publicidad de enganche”. La crítica que se reitera en redes sociales es sobre los precios elevados para una carta sin muchas opciones veganas ni vegetarianas. Puede resultar políticamente incorrecto pensar críticamente un proyecto de inclusión laboral para personas neurodivergentes, que tienen muchas menos oportunidades laborales que las personas neurotípicas.
Este restaurante para la inclusión laboral podría ser una de las primeras iniciativas de muchos emprendimientos para la plena inclusión de las personas neurodivergentes un grupo históricamente infantilizado. De hecho al entrar al restaurante lo primero que vemos luego de que nos reciba la recepcionista es una pantalla gigante en la cual las personas convencionales se refieren a los empleados neurodivergentes cariñosamente como “los chicos”. En los medios de comunicación Fernando Pollack, impulsor de la idea como Sebastián Wainstein, dueño del restaurante también se refieren a los empleados adultos de entre 20 y 49 años como “los chicos”. Esta reseña con perspectiva critica pretende aportar al debate público para erradicar de una vez por todas el estigma que padecen las personas neurodivergentes con discapacidad.
El proyecto es básicamente una iniciativa de los familiares de los empleados, quienes por la ley de la vida morirán primero que sus hijos, los cuales necesitan entrenarse sobre todo en cargos ejecutivos para cuando llegue el momento de que el trabajo y no sus familiares sea su fuente primaria de ingresos.
Fui a comer a la hora del almuerzo porque solo se puede comer en el restaurante al mediodía de Miércoles a Domingos. Esta decisión ya recorta el tipo de clientes dejando afuera a quienes no pueden salir a comer afuera en esos días y horarios. El restaurante queda en el barrio de “Las Cañitas” y los precios de la carta son altos pero se ajustan a la oferta gastronómica de otros restaurantes de ese barrio. En otros restaurantes de otros barrios más accesibles se puede comer platos similares por un 40% menos del costo de los platos de “alamesa”.
Pedí un sanguche de pastrami con papas fritas, con un agua y compartí un postre con otro de los comensales con quienes visité el restaurante. El sanguche estaba bastante bien, pero lo que se destacó fueron las papas fritas cocinadas al estilo rústico logrando un punto de crocante realmente delicioso. En las opciones de bebidas no había agua embotellada con gas y el agua “premium” era la única alternativa. Algunos clientes eligirán creer que el agua embotellada puede tener niveles de calidad. En cuanto al sabor del agua, es el cloro lo que marca la diferencia de sabor entre el agua del grifo y el agua embotellada. El postre que elegimos compartir fue un mousse de chocolate que era muy pequeño para el costo que tenía en ese contexto.
Pero “alamesa” no solo vende comida a sus clientes sino además la experiencia de ser atendido por personas neurodivergentes con discapacidad, que trabajan como recepcionistas, camareras y cocineras. En la industria gastronómica está particularidad podría considerarse como la ventaja competitiva ante otros restaurantes de la zona. Reservé por la página web con 6 meses de anticipación, pero cuando fui a almorzar el restaurante no estaba lleno como uno podría suponer y de hecho había gente que ocupaba una mesa sin contar con reserva previa. Allí tal vez haya que revisar la política de reservaciones. Al ingresar al restaurante la primera interacción es con una recepcionista neurodivergente que te guía hasta la mesa donde está tu reserva. En ese recorrido lo primero que vemos es una pantalla gigante con los logos de las empresas que apoyan el emprendimiento, un video con instrucciones y unas declaraciones de aliento para los empleados del máximo sacerdote católico apostólico romano, el Papa Francisco.
Cuando uno se sienta identifica los distintos uniformes que tienen los empleados del comercio. Hay un estilo de uniforme para empleados con discapacidad y otro tipo de uniforme para los empleados convencionales. Esta distinción, lo que hace es agrupar a las personas con discapacidad con un mismo distintivo lo cual es una decisión de integración. Si el proyecto fuera de inclusión, todos los empleados deberían usar el mismo estilo de uniforme.
Al momento de sentarme, fui atendido muy amablemente por un empleado neurodivergente quien comenzó el servicio de mesa explicando cómo funcionaba el sistema para elegir y hacer el pedido. Pero antes de que terminara de explicarme, la empleada convencional que lo acompañaba a modo de apoyo pidió que use un código QR con mi celular. Fui con la expectativa de ser atendido por personas neurodivergentes en sus propios tiempos, no en los tiempos estandarizados de consumo en un restaurante neurotípico. La empleada neurótica diferenciada por el uniforme y su función de apoyar en la tarea de tomar los pedidos a los empleados neurodivergentes, intervino en el diálogo para pedirme que usara el código QR antes que el empleado con discapacidad me terminara de explicar la otra opción que consistía en hacer el pedido escribiendo en una hoja que estaba diseñada para ese objetivo.
Había solamente dos opciones para hacer el pedido. La preferida por la política del comercio era usar el código QR, mientras que la otra consistía en escribir en una hoja diseñada con una lapicera que el camarero entregaba. No daban la opción de hacer directamente el pedido al camarero neurodivergente para interactuar con él. Quería adaptarme a los tiempos de los empleados neurodivergentes porque eso era lo que se promocionaba sobre el resturante. Pero los tiempos fueron, los convencionales de cualquier otro restaurante de esa zona. Intenté acceder al pedido de la empleada que pidió usara el código QR, pero mientras abría la función del celular, me sentí observado, me puse nervioso y me resultó imposible acceder a ese sistema. Además, hacer un pedido de forma digital sin interacción humana puede ser inaccesible por características generacionales. La atención al cliente, en el servicio de mesa es otro de los aspectos que podrían mejorar porque además lo cobran en la factura.
Consumir en “alamesa” además de ser una muy buena experiencia, es una decisión política. El crítico cultural Mark Fisher británico antes de ser suicidado por el Reino Unido escribía que en el capitalismo contemporáneo es más importante pensar en cómo consumir que seguir insistiendo en no consumir porque el capitalismo es malo como suelen repetir las corrientes ideológicas de izquierdas. En relación a un programa de economía comunitaria Fisher enseñaba en sus clases la importancia de “sobrevivir juntos y equitativamente; distribuir el excedente para enriquecer la salud social y medioambiental; interactuar con los demás de formas que fomenten su bienestar tanto como el nuestro; consumir sustentablemente; cuidar -preservar, reponer, cultivar- nuestros bienes naturales y culturales; invertir nuestra riqueza en las generaciones futuras para que ellas puedan vivir bien”.
Es un logro comercial que los dueños del restaurante hayan conseguido apoyo de tantas empresas muy grandes, pero el potencial de esos apoyos aún no se materializa en condiciones concretas de producción para el restaurante, como por ejemplo mejorar la atención al cliente, abrir más horas para la atención al público, redistribuir los turnos, o una franquicia para dar trabajo a nuevas personas neurodivergentes con discapacidad.
En definitiva, la prosperidad del proyecto depende del desarrollo de la independencia y autonomía de las personas con discapacidad para tomar los medios de producción gastronómica. En el mediano plazo podrían capacitarse en asumir la responsabilidad de trabajar específicamente en las funciones ejecutivas de la dirección del comercio para que se vuelva sustentable como fuente primaria de ingresos en el proyecto de vida de largo plazo de las personas con discapacidad que allí trabajan.
Las opiniones expresadas en las publicaciones no son las de “Locura en Argentina”, sino las de sus autores. Esta revista publica a un grupo muy diverso de personas que escriben. Estas publicaciones buscan promover en los comentarios un debate de ideas sobre las artes, la cultura loca, la salud y la diversidad mental. Entonces, ¡bienvenido el debate!
Alan Robinson nació en 1977, en Buenos Aires, Argentina. Egresó como licenciado y profesor de arte dramático. Publicó novela, dramaturgia y ensayos. Enseña literatura, psicología social y finanzas.
No solo falta lo vegano, también comida hipoalergena, sin gluten y caseina. Ver #neurogluten. Un horror delantales distintos y el acompañamiento que no promueve autonomia. Bien por dar trabajo, seria mejor en un entorno alimentaria sin neurotoxicos comestibles.