Capítulo del libro “Actuar como loco, experiencias del teatro y la locura” de Alan Robinson.
La locura no es condición del ser, sino del estar. Nadie es en sí mismo loco, cuerdo, bueno o malo. Nadie es de una forma o de otra,
sino que más bien uno quiere ser de determinada forma un poco para armarse un proyecto de vida y otro poco para sentir que la conciencia tiene razón de ser, y de esa forma tolerar el vacío de significado que, en verdad, resulta intolerable. Creemos que la conciencia es una sola cosa que debe acomodarse a un puñado de adjetivos que definan nuestra personalidad. Aceptar que no hay un significado dado en la vida, ni un sentido, produce un desamparo profundo. Por otro lado crear en nuestras propias vidas un significado o más bien ir creando un ropósito que nunca podrá definirse en palabras, nos hace en verdad vivir nuestras propias vidas, en lugar de vivir la vida que el sistema, el estado, la democracia, el sentido común, la publicidad, nuestros jefes, nuestros profesores, nuestros políticos, nuestros sacerdotes, nuestros médicos o nuestros padres quieren para nosotros. Si pudiéramos tan solo aceptar que constantemente estamos cambiando, porque constantemente estamos envejeciendo y creciendo, la vida sería tanto más hermosa y disfrutable de lo que es, porque podríamos mejorar ante todo nuestra calidad de vida, y nuestra forma de estar en el mundo. Preferimos ser de una forma que estar de una forma, porque el ser es fijo y el estar mutante. El ser de una forma genera la sensación de seguridad, el estar no. En este sentido los cambios comienzan por cómo nos comprendemos a nosotros mismos, cómo nos describimos. Adhiero al refrán popular que reza “uno es esclavo de sus palabras”.
En mi opinión esta advertencia es cierta en un sentido profundo. Las palabras que utilizamos para comprender nuestra vida, son las que definen y dirigen nuestros actos, acciones y conducta. Difícilmente alguien que asegure que es una persona buena se comporte como lo que él considere que es una persona mala. Rodolfo Kusch hace un planteo revelador que aún la filosofía, la psicología y la psiquiatría no le han restado la atención que se merece, pero si lo hicieran seguramente los pacientes tanto neuróticos como psicóticos, mejorarían ampliamente su calidad de vida. Kusch, entre otras cosas, propone que es más importante para las personas buscar estar que buscar “ser alguien”. Gran parte de su obra está dedicada a que revaloricemos el mero estar en el mundo antes que el mandato social de llegar a ser alguien en el mundo.
Afirmar que uno es bueno es algo tan ilusorio como decir que uno es loco. Es conveniente pensarse ante las relaciones de una forma fija y estática, por ejemplo decir que uno es bueno, solidario y trabajador, que asumir que todo el tiempo tenemos la opción de cambiar y de liberarnos de ser en definitiva piezas de la maquinaria social que nos obliga a trabajar e invertir todas las energías de toda una vida para alcanzar un estándar de vida, por lo general asociado a la casa y el auto propios, la tranquilidad y estabilidad económica, y como decía Kusch, llegar a ser alguien en la vida. En lo personal, si pudiera evitar el trabajo sin culpas, lo haría. Luego de volverme loco, empecé de a poco a preguntarme cómo quería estar en el mundo, más que quién quería ser en el mundo, sobre todo porque aquello que yo entendía como conciencia, sujeto, e identidad entró en crisis luego de volverme loco. Descubrí que no podría nunca llegar a ser, dado que nunca puede alcanzarse ese ser porque siempre hay nuevos objetivos, metas y desafíos que nos dejan incompletos y frustrados porque no llegamos a lograr lo que queremos, porque sin darnos cuenta asociamos nuestro “ser alguien” con nuestras metas. 1994 fue el año que me marcó hasta el día de hoy. Muchos años quise convencerme en interminables terapias de que el trastorno bipolar no debía marcar un antes y un después en mi vida, pero cada vez que vuelvo a estar conmigo mismo, cada vez que miro hacia adentro y escucho mi silencio, las imágenes me muestran una primavera que cambió mi vida. Once años después, en la primavera del año 2007, llegaría el segundo gran cambio de mi vida, que fue cuando mi mujer salvó y curó mi vida. No dudo de la buena voluntad y humanismo de todos quienes me atendieron hasta el día de hoy, pero sigo esperando reconozcan lo desorientados que están en cuanto al diagnóstico y el tratamiento. Hubiera querido que los profesionales que me trataron entendieran la locura desde otro ángulo. La locura asusta, como el caos, los impulsos y la libertad. La locura y el teatro son lo más cercano a la libertad que podamos conocer, pero el costo que paga el loco por conocer ese estado de la conciencia es grande. Demasiado grande.
Las interminables terapias lograron con éxito momentáneo, instalar un discurso respecto a mi locura. Pretendían restar importancia a las consecuencias que tuvo en mi vida conocer y permanecer en otro estado de la conciencia. Como ningún psicólogo o psicóloga sugería que el sentido final de la terapia era finalizarla, las dejé a todas. Las terapias son buenas porque buscan en definitiva que el paciente alcance sus propios métodos para mantenerse saludable, pero por lo general recurren a la filosofía del sentido común, es decir aquella moral que es aceptada y convalidada por la mayoría. Las terapias buscan readaptar y corregir aquellas conductas que han quedado inadaptadas en la cultura. Estuve varios años con cada tratamiento, pero ninguno parece contemplar que algunos pacientes queremos ser independientes y sanos, y asistimos para finalizarlo en algunos años, y alcanzar aquello de lo que nunca se habla, “El alta”, por parecer inalcanzable y estar en el nudo de lo más profundo del inconsciente. Cuando les conviene a los profesionales de la salud mental, el inconsciente está a la vista en los lapsus y los actos fallidos, pero cuando no les conviene, el inconsciente se vuelve inaccesible. Luego de más de 20 años tratando mi salud mental puedo asegurar que por lo general los pacientes somos vistos como clientes o delincuentes. La idea de que un paciente psiquiátrico representa “un riesgo para sí mismo o para terceros” es el primer y más fuerte argumento para encerrarlo como a un delincuente que ya cometió el delito, o controlar y alterar su conducta con drogas. Esta idea del “riesgo” que encarna un paciente se basa, por supuesto, en estudios que sería necio negar, pero que al mismo tiempo, creer que los hechos registrados en los estudios y estadísticas de pacientes psiquiátricos no están alterados por la interpretación de los mismos científicos que los realizan, es de una ingenuidad absoluta. No existe en la realidad un hecho, sin una interpretación del mismo. Una imagen del rostro de una mujer aparece en una pared, un cristiano
interpreta que eso es un milagro que confirma su fe, y un ateo interpreta que la mancha parece mostrar dos ojos y el resto responde
las leyes de la Gestalt y la sugestión del cristiano. Los científicos que realizan e interpretan estos estudios, por su parte están
inevitablemente condicionados por los intereses de las entidades que financian sus estudios, ya sean privados o estatales. Federico Pavlovsky, mi actual psiquiatra, da cuenta de esto en su libro Te Tengo bajo mi piel. Entonces en los resultados de estos estudios y estadísticas, hay implícita una forma de ver y relacionarse con la vida. El error del hombre urbano es creer que la verdad parcial de la ciencia es una verdad absoluta. Cuando alguien asegura que algo “está científicamente comprobado”, deja en evidencia, sin saberlo,
toda su ignorancia.
Por lo general, el hombre urbano responde a las reglas de la mirada moderna sobre la ciencia en la que se valoran positivamente
los progresos científico tecnológicos, siendo en general éstos progresos los causantes de muchos de los males y problemas que
afectan nuestra vida cotidiana tales como la pobreza, la contaminación ambiental, el modelo extraccionista, la creciente injusticia y la desigualdad social, la superpoblación, que han puesto la relación del hombre con los hombres y toda la naturaleza en un estado de total desequilibrio. Si miramos hacia atrás en la historia, descubrimos rápidamente que durante dos millones de años vivimos la relación con la naturaleza, de una forma que cambió drásticamente en los últimos 500 años por la “evolución” hacia el capitalismo y la democracia como formas de vida. Michel Foucault en Historia de la locura en la época clásica, el libro más serio y extenso acerca del tema, explica entre muchas cosas la diferencia entre locura y enfermedad mental, relatando como la locura en el devenir de la historia comienza a entenderse, diagnosticarse y tratarse como enfermedad mental. La locura no siempre fue lo que es hoy.
Hay una buena locura, y una mala locura. La primera es aquella que puede convivir con la creación, la segunda es la que está provocada por el miedo. El estado artístico y el estado de buena locura, guardan una íntima relación de interdependencia. El artista precisa dar vuelta las cosas, invertir lógicas, cambiar significados, y eso es algo que el estado de locura y el estado de poesía permiten con facilidad. Volverse loco no es algo que sucede de un momento a otro, donde uno de pronto deja de estar cuerdo y pasa a estar loco. Uno puede provocarse estados artísticos que comparten características con estados de locura. No hay una línea divisoria temporal entre los estados de la conciencia, sino que más bien éstos estados pueden convivir juntos. Si bien la psiquiatría se empeña en trazar líneas divisorias, en diferenciar el delirio de la ilusión, de la alucinación, es en vano creer que esas distinciones y calificaciones podrán ayudar al tratamiento del paciente, si presumimos que el paciente necesita algún tipo de ayuda.
Volverse loco es como soñar. Es como estar en la frontera entre sueño y vigilia. Por ejemplo, cuando uno cruza la aduana por tierra de Argentina a Chile, debe atravesar una zona fronteriza, en la cual no se puede quedar, dado que ese lugar no es ni Chile, ni Argentina, no es ningún país. Las fronteras son zonas donde la única regla que hay que cumplir es que ahí no se puede estar, pero en realidad sí se puede estar dado que uno puede abastecerse de agua y si sabe cazar o pescar puede alimentarse e incluso armarse una choza o un refugio. Supongamos que la cordura es Argentina y la locura es la frontera. Entonces nos queda pensar ¿Que representaría Chile? En mi opinión la psicopatía, a diferencia de la psicosis, pasa inadvertida y no llama la atención por parecerse mucho a la cordura. El psicópata, se define en esencia por no sentir culpa ni remordimientos de todo lo que hace en beneficio propio (el hombre contemporáneo), relacionarse con los d emás como si fueran cosas que lo ayudan a alcanzar sus objetivos (el hombre contemporáneo), marcado egocentrismo y sobre estimación de su persona (el hombre contemporáneo). Un psicópata no necesariamente es un asesino en serie, puede ser también una persona común que no duda en cometer un delito menor cuando le conviene o si es necesario, dado que, si la situación lo amerita, puede mentir, manipular y engañar sin sentir mayor culpa o encontrando rápidas justificaciones y excusas para sus actos. En definitiva, psicópatas somos todos.
La actual forma de practicar la psiquiatría, claramente psicopática y moralmente delictiva, implica contradicciones, problemas y hasta paradojas para los pacientes. En la relación médico-paciente, siempre el perjudicado y el que está en inferioridad de condiciones es siempre el paciente. El que enfrenta los problemas económicos, sociales, el miedo propio y ajeno, es siempre el paciente. Es fácil ser el psiquiatra en la relación médicopaciente. Uno de los problemas tiene que ver en principio, con que uno debe tomar drogas todos los días porque se volvió loco, pero el otro está cuerdo y hace una vida normal. ¿Dónde está la enfermedad, entonces? En la potencialidad y en el pasado. La enfermedad de hecho no está presente, no hace nada. Pero como el psiquiatra logra convencer al paciente de lo contrario, el paciente le presta su vida y su cuerpo al fantasma. Se supone que el trastorno bipolar está ubicado en el ánimo y en la conducta, y que las drogas ayudan a mantener el ánimo dentro de la franja de las tristezas y alegrías normales. Lo que nos suele pasar a quienes se nos ha diagnosticado trastorno bipolar es que en alguna ocasión hemos estado tan alegres que nos pusimos maníacos o tan tristes que nos pusimos depresivos. Se supone también que tenemos cierta sensibilidad que no podemos controlar conscientemente regulando nuestra conducta, y para ello precisamos de la ayuda de las drogas. Como existe evidencia científica que confirma estos presupuestos, se han elaborado tratamientos que han transformado en verdades a estos presupuestos. Pero recordemos que un viejo y sabio axioma, enseña que “la medicina no trata enfermedades, trata enfermos”. Pero andá a explicarle esto a un psiquiatra. Ellos tienen mucho miedo de tratar pacientes, porque los locos los asustamos. Y si uno se pone en el lugar de ellos, es comprensible que tengan miedo, porque son ellos quienes conviven con lo incomprensible, y encima, pobres, lo hacen aferrados solo al saber científico, y además ingenuamente creen que con eso les va a alcanzar. Deberían formarse como chamanes. Pero no, esas cosas para los científicos caen en la bolsa de “Si te hace bien, hacelo. No estoy en desacuerdo con las medicinas alternativas”.
Ojalá algún día descubran que en realidad la medicina que remedia el miedo, es en realidad la medicina esencial y las demás son las medicinas complementarias o alternativas. Ojalá algún día los psiquiatras realicen su trabajo con menos miedo del que lo realizan hoy en día. Ojalá algún día reconozcan que la efectividad de la medicina no comienza con la modernidad, y que durante literalmente, miles y miles de años el hombre entendió, trató y resolvió su salud de formas más profundas y humanas, sin miedo a la muerte, aceptándola como parte significativa de la vida. Sin necesidad de retrasarla en vano. Poder observar el ADN, no necesariamente es algo bueno. Personalmente hice todo lo que me dijo mi psiquiatra en tiempo y forma, sin embargo el trastorno bipolar me duele en el espíritu. Lamentablemente, él no puede entender que éste dolor es parte de la enfermedad, sino que considera que si yo aceptara que debo tomar drogas de por vida, mi
enfermedad, que la psiquiatría considera crónica, podría entrar en remisión, o sea no volver a aparecer. Pero a mí me duele. Siempre me dolió la enfermedad.
Tomar una droga preventiva frente a una enfermedad invisible es contradictorio. Es decir si estás bien, ¿para qué tomar una droga? La respuesta es que la droga la tomás para regular el ánimo por cuestiones químicas del funcionamiento del cerebro y eso que hace la droga evita que suceda algo en el futuro. Las drogas funcionan como una anestesia de las emociones para que éstas se mantengan dentro de una franja normal. Pero al mismo tiempo esta franja de normalidad de las emociones es cultural. Por ejemplo, no es lo mismo la alegría durante carnaval en Brasil que la alegría en los inviernos de Buenos Aires. ¿Es obvio esto no? Bueno, para la psiquiatría no. Todo se estandariza según los estudios. Por ejemplo, en el norte argentino, en Jujuy, todavía hay conciencia que es bueno que los ánimos mantengan un vínculo con la naturaleza, entonces los Jujeños se alegran en el verano porque todo se llena de verde, y es tiempo de cosecha y se empieza a palpitar el carnaval, entonces la música cambia en el verano. La temperatura y la luz afectan nuestro ánimo. La baja o la alta presión del clima, por poner otro ejemplo también nos afectan el estado de ánimo. No se debe negar ni ignorar a la naturaleza. Esto conduce a la mala calidad de vida y a caminar a ciegas, desequilibrados. Pero los psiquiatras tienen la soberbia de hacerlo. Una y otra vez. En una constante. Criminalizan los estados de ánimo. Creen que las emociones pueden estabilizarse con la droga, sin importar la naturaleza. En realidad deberían pensar en trabajar junto a la naturaleza, como hacen los chamanes. Deberían pensar tratamientos según la naturaleza donde vive el paciente y según la propia naturaleza del paciente. Eso sería un gesto revolucionario, un gesto de valor y coraje en los psiquiatras, si pudieran quitarse de sus mentes ese fanatismo académico que tienen por las estadísticas, el DMS, la OMS y la teoría médica. Si los psiquiatras perdieran el pánico a la vida, si dejaran de ser voyeuristas de ese misterio desconocido llamado locura, quizá pudieran volverse médicos. Hasta entonces, para mí, son solo charlatanes con poder.
El problema de volverse loco lo resuelve el paciente, lamentablemente, por negación de la realidad y la vida, cuando él mismo acepta que su enfermedad es una condición del ser, y no del estar. Quiero decir que cuando un paciente dice “Soy loco” asume que su enfermedad es crónica y debe tomar drogas para siempre si quiere poder hacer algunas cosas. En ese gesto renuncia a la libertad y la vida. Se asume virtualmente discapacitado. Considerarse paciente es grave pero no tanto. Cuando uno dice “Soy paciente” se dedica básicamente a esperar volver a enfermarse, curarse y obedecer las indicaciones del psiquiatra. Ser paciente es en realidad ser dependiente del médico, someterse a su punto de vista y a sus saberes. Pero uno puede cambiar de médico, ¿no? Nadie te lo impide. Mentira. Ningún enfermo, ninguna persona que realmente necesita ayuda puede cambiar su vida por fuera de una relación amorosa. No hay amor sin confianza y sin tiempo. Cuando aseguro que el amor de mi mujer me curó literalmente, nadie me toma muy en serio, ni siquiera mi mujer. Pero es innegable que ella, aún sin reconocerlo, tuvo “plena voluntad” de querer curar a una persona. Cualquiera que quiera curarse de algo y cualquiera que quiera curar a alguien tiene que hacerlo desde el amor. Solo el amor puede vencer al miedo. Y el miedo es la esencia, raíz y comienzo de todas las enfermedades. Todos sabemos que moriremos y todos tenemos temor a la muerte. La relación que tengamos con el temor a la muerte es la medida de nuestra salud. Por otro lado “Estar loco” a diferencia de “Ser loco” es algo momentáneo ya que podemos hacer cosas para dejar de estar locos, pero no podemos hacer cosas para dejar de ser locos. Personalmente, sabiendo lo que es estar loco, no considero en este momento estarlo, dado que ese estado como decía anteriormente sucede en una frontera. El tratamiento se realiza por algo que sucedió, no por algo que está sucediendo. Si ahora, y hace muchos años no presento indicios de acercarme a ese estado, ¿por qué el tratamiento farmacológico? Si puedo reconocer los signos que me acercan a ese estado mucho mejor que un psiquiatra, ¿por qué el tratamiento psicológico? Los signos que anticipan la posibilidad de regresar a ese estado los reconoce principalmente quien vivió la experiencia, dado que es algo que no puede describirse muy bien en palabras y con la lógica del uso ordinario de la conciencia.
La locura es un estado extraordinario de la conciencia. Estimo que el objetivo de los psiquiatras en insistir en darle continuidad a este tipo de tratamientos se basa en la necesidad de darle sentido a algo que no lo tiene, pero que nos puede conformar al hacernos sentir que anestesiar a quienes atraviesan estados extraordinarios de la conciencia es lo menos malo que se puede hacer. Bien nos vendría a todos, como sociedad, que los psiquiatras se pregunten qué es lo mejor que podemos hacer con las personas que atraviesan naturalmente estados extraordinarios de la conciencia, en vez de anestesiar sus emociones por las dudas que les pase algo. ¿Es bueno tomar drogas por miedo a volver a sufrir una crisis porque las estadísticas y las investigaciones indican un índice de probabilidades? Teniendo en cuenta que las estadísticas si bien son parciales pero también reales, ¿qué deberíamos hacer los pacientes? Si paciente es aquel que espera algo con paciencia, ¿qué es lo que esperamos los locos? ¿Curarnos o que nos curen los próximos descubrimientos de la ciencia?
Cuando se plantean todos estos problemas, el psiquiatra en el mejor de los casos reconoce la realidad y pide al paciente que si va a dejar el tratamiento lo exima de la responsabilidad legal. Por ejemplo, si yo quisiera dejar de tomar mis drogas, para seguir mejorando mi salud mental mi psiquiatra me acompañaría pero no se haría responsable de las consecuencias. Entonces, ahí la relación psiquiatra – paciente se interrumpe en conveniencia de quien tiene el poder que le da el sistema de salud, el poder de quien se supone, sabe cómo ayudar cuando uno lo necesita. La relación entre psiquiatra y paciente es una relación de poder, de coerción y de manipulación a través del miedo, en la que el opresor es por supuesto, el médico. El médico es quien infiere el temor en el paciente con sus conocimientos estadísticos advirtiéndole de lo que le puede pasar potencialmente. Es una posición miserable la del médico psiquiatra. El solo hecho de tener miedo a que el psiquiatra tenga razón ya implica enfermarse, porque la energía del paciente se desvía hacia el afuera, donde supuestamente hay una verdad, un conocimiento científico. Es en este momento cuando los pacientes empezamos a tener miedo de que los psiquiatras tengan razón
cuando nos enfermamos de nuestra verdadera enfermedad: un parásito llamado “psiquiatritis”. Los médicos suelen decirnos a los pacientes y a nuestros familiares que la omnipotencia, la falta de temor y la sensación de que el paciente puede lograr todo lo que se proponga son signos que, sumados a otros pueden causar un estado maníaco. Si uno se pone a pensar seriamente, hay en estas indicaciones, las cuales yo mismo recibí varias veces, un fuerte temor y una perversión. Yo me propongo curarme, pero eso para el psiquiatra es un signo omnipotente propio de la hipomanía. En estos casos es el psiquiatra, sin darse cuenta, el enfermo de sadismo que utiliza su saber para enfermar. Todo médico que crea en las enfermedades crónicas, es un sádico psicópata y sociópata que ha renunciado en realidad a la medicina.
Volverse loco es distinto de estar loco. Volverse loco es la necesidad de volver, de regresar a un estado de conciencia en búsqueda de algo. La gran pregunta que puede hacerse quien se ha vuelto loco, es qué es lo que fue a buscar al regresar a la locura. Yo no estoy ni soy loco, pero sí me volví loco para recuperar algo que la cultura, la sociedad y el estilo de vida urbana me habían quitado: los estados extraordinarios de conciencia. Esos estados de trance y de conexión con la naturaleza y el misterio que muchos ingenuamente persiguen torpemente en las drogas. Deberíamos recuperar profundamente el valor creativo, potente y positivo, que antiguas culturas asignaron durante miles y miles de años a los estados extraordinarios de conciencia. Nosotros, urbanos, consumistas, y capitalistas, con apenas un desarrollo cultural de 400 o 500 años hemos caído en la más grande de las soberbias al desestimar una forma de vida que nos precedió en al menos 2.000.000 de años, la cual era por lejos, una forma más sana de vivir, y una forma más sana de morir.
Volverse loco no sucede individualmente, sino socialmente. Pensemos por un segundo fríamente que es lo que pasa cuando una persona se vuelve loca. Primero dice o hace cosas incomprensibles. Luego quienes están a su lado reaccionan. Éstos pueden ser compañeros de trabajo, familiares o amigos. ¿Cómo reaccionan? Llaman a un médico, porque es prudente hacerlo. El sentido común indica que lo que observan es riesgoso, y hay que tomar medidas. Puede pasar algo. Nadie lo sabe. Puede suicidarse, o salir corriendo, tener un accidente y que lo pise un auto. Dios no lo permita. Puede matar a alguien. Ha perdido la razón. La conducta incomprensible es impredecible, y eso es peligroso, por lo cual para prevenir algo malo, es mejor que se hagan cargo los médicos. ¡Socorro! Sí, sí. Mejor prevenir que curar. Llamemos a un psiquiatra. Sí. Sin duda es lo mejor que podemos hacer. ¿Cómo lo vamos a cuidar? ¿Cómo lo vamos a ayudar? Al menos si estuviera drogado, lo podríamos tener en casa. Sí, sí. Lo mejor es internarlo. Y confiar en los médicos aunque sea difícil. Por algo son médicos.
Ellos saben.
Estudiaron.
Este proceso, esta forma de razonar es… supersticiosa, en el peor sentido de la palabra. Es una forma ignorante. Hay mucho de lo irracional. Se cree en ellos porque los médicos ofrecen e instalan un relato que da una respuesta a determinados misterios, miedos, y preguntas. Ese relato se llama protocolo. Y el texto sagrado es el DSM-5. Todo responde a intereses, y siempre hay detrás de determinada forma establecida de hacer las cosas, una historia y algunas personas que se benefician de los procesos que tienden a estandarizar los procedimientos. Es así como a esas personas que se benefician porque tienen el poder y la hegemonía sobre la forma de hacer las cosas, las llamamos conservadores, porque desean conservar los procedimientos para el beneficio de sus intereses. La Asociación Americana de Psiquiatría, de Estados Unidos, es la responsable del Manual de diagnóstico y estadísticas de los trastornos mentales. La APA, Asociación Americana de Psiquiatría, tiene en su historial a miembros destacados como Donald Ewen Cameron conocido por sus trabajos sobre control mental y del comportamiento para la CIA, y Thomas Kirkbride, quien ideó el modelo de institución psiquiátrica usado por los Estados Unidos. La relación de obediencia que mantienen los psiquiatras en el mundo con este manual, muestra el actual estado del sistema de salud
mental. En el mundo psiquiátrico, se considera a este manual como la biblia de la psiquiatría. En las ediciones y correcciones de este manual podemos encontrar aberraciones de todo tipo, por ejemplo que se puede diagnosticar y drogar a niños que “Tres o más veces a la semana
exhiben episodios frecuentes de irritabilidad, arrebatos y berrinches durante más de un año”. Luego del diagnóstico los niños comenzarán a tomar una droga y los padres de esos niños se quedarán tranquilos creyendo gracias al psiquiatra obediente, al DSM y a los laboratorios, que el problema lo tenía el niño. Sin ponerme anti psiquiátrico, voy a citar a una persona del riñón de la APA. El Dr. Allen Frances fue el Jefe de Grupo de Tareas del DSMIV quien escribió un texto sobre el DSM-V titulad Abriendo la caja de Pándora: las 19 peores sugerencias del DSM-V en el cual denuncia:
En términos de contenido, son más preocupantes las muchas su-gerencias que el DSM-V podría dramáticamente incrementar las tasas de trastornos mentales. Esto aparece de dos maneras: Nuevos diagnósticos que podrían ser extremadamente comunes en la población general
(especialmente después del marketing de una siempre alerta industria farmacéutica). Umbrales diagnósticos más bajos para muchos desórdenes existentes. El DSM-5 podría crear decenas de millones de nuevos mal identificados pacientes “falsos positivos” exacerbando así, en alto grado, los problemas causados por un ya demasiado inclusivo DSM-IV. Habría excesivos tratamientos masivos con medicaciones
innecesarias, caras, y a menudo bastante dañinas. El DSM-V aparece promoviendo lo que más hemos temido: la inclusión de muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad mental, con el resultado de que el concepto central de “trastorno mental” resulta enormemente indeterminado.
Un ejemplo de este absurdo juicio de la conducta del hombre es una nueva enfermedad, llamada “El síndrome de riesgo de psicosis”:
Es ciertamente la más preocupante de las sugerencias hechas por el DSM- V. La tasa de falsos positivos sería alarmante, del 70 al 75% en la mayoría de los estudios más cuidadosos y aparentemente mucho más alta una vez que el diagnóstico sea oficial, para el uso general, y se convierta en un blanco para las compañías farmacéuticas. Cientos de miles de adolescentes y jóvenes adultos (especialmente, según parece, aquellos incluidos en Medic Aid) recibirían una innecesaria prescripción de antipsicóticos atípicos. No hay prueba de que los
antipsicóticos atípicos prevengan de episodios psicóticos pero, definitivamente sí causan gran y rápido aumento de peso (ver la reciente advertencia de la FDA) y están asociados a la reducción de la expectativa de vida, por no decir nada sobre su alto costo, otros efectos colaterales y estigmas.
Riesgo de psicosis significa, elementalmente, drogar y tratar a las personas que se supone pueden padecer una enfermedad mental. Esto es una clara señal del camino que seguirán la mayoría de las sociedades humanas, sino revertimos el rumbo. La distopia, vendría a ser lo contrario a la utopía, una sociedad imaginaria indeseable para la mayoría de la población, tal como la imaginaban Orwel o Huxley en sus clásicos, 1984 y Un mundo feliz. Aceptar y naturalizar este tipo de enfermedades, como los ya aceptados trastornos de la personalidad, conduce cada vez más a crear enfermos, sin evidencia ni señales de la enfermedad. Es más entendible, si se quiere que se hable de enfermedad del ánimo en el caso de los pacientes bipolares luego de una crisis que pone en evidencia un comportamiento atípico, que disminuye notablemente la capacidad de comunicación con los otros. Pero cuando no hay manifestación ni señal alguna y la psiquiatría se atribuye el derecho de calificar como enfermas determinadas personalidades y sanas a otras, encontramos un camino distópico para aquellos que creemos en la libertad, el amor, el respeto, la solidaridad, la justicia y la fraternidad.
La locura es una enfermedad social. Están en un estado tan grave sus enfermos que, paradójica y psicopáticamente, son los cuerdos, o
sea los verdaderos psicóticos, quienes han logrado localizarla y aislarla en algunos individuos con un método muy eficaz, armado por dos grandes armas: el aislamiento manicomial y la psiquiatría. Los locos somos nosotros, los psicópatas que nos creemos cuerdos, y que con suma inteligencia encontramos la mejor forma de drenar el mal hacia los “locos”. La enfermedad comienza en la cúspide de la pirámide, en la que están ubicados los empresarios farmacéuticos, autoridades de universidades en medicina y miembros de la APA. En éstas personas las alucinaciones y delirios han alcanzado un nivel de intensidad imposible de medir. Ellos ven que están haciendo un bien a los pacientes, organizan congresos mundiales y escuchan voces que aseguran que el progreso científico de la psiquiatría y sus nuevas tecnologías mejorarán la calidad de vida de los pacientes del mundo entero. A las luces de las evidencias de la realidad, que muestra como la
calidad de vida de los locos en los manicomios es cada vez peor, aseguramos que estas personas están delirando. Luego, en una segunda línea se instalan los promotores del saber y la moral de la psiquiatría, un grupo conformado por los fanáticos del sentido común. Ellos son los psicoanalistas, los profesores de psiquiatría, los investigadores, los escritores de libros especializados, los periodistas, y los terapeutas alternativos y complementarios. Ellos son quienes han analizado mínimamente el cuadro de situación y creen que lo mejor que se puede hacer es confiar en la medicina, que se hace lo que se puede y está al alcance de la ciencia, y que no hay mala intención por parte de nadie, sino limitaciones que es necesario comprender y aceptar. Luego están los soldados del sentido común, los psiquiatras.
No hace falta hacer muchos comentarios acerca de ellos, ya que si el DSM-V publicara un nuevo trastorno llamado “Síndrome de vida saludable”, ellos estarían diagnosticando y drogando a todos los que consideren lleven una vida saludable. Finalmente están los obreros del sentido común, que son los amigos y la familia que sin saber nada aseguran que lo mejor que se puede hacer es lo que indican los que saben. Y así las cosas. Es un ejército grande y poderoso el de la salud mental y el sentido común. Las normas impuestas por la cultura
urbana oprimen, ahogan y matan.
…formaría una guerrilla de actores callejeros armados con palabras.
2013, Buenos Aires.
Alan Robinson nació en 1977, en Buenos Aires, Argentina. Egresó como licenciado y profesor de arte dramático. Publicó novela, dramaturgia y ensayos. Enseña literatura, psicología social y finanzas.