Los mismos mecanismos que son utilizados para silenciar a sobrevivientes de abuso en la niñez, adolescencia y a las personas que experimentan violencia de género, racismo y otros, son utilizados para silenciar a sobrevivientes de violencia psiquiátrica.
“Que la vergüenza cambie de bando” – Gisele Pelicot
Vivimos en una cultura de silencio, y esto es algo que nos afecta a muches desde la niñez. La lucha por acabar con el silencio nos compite a todes. Los mismos mecanismos que son utilizados para silenciar a sobrevivientes de abuso en la niñez, adolescencia y a las personas que experimentan violencia de género, racismo y otros, son utilizados para silenciar a sobrevivientes de violencia psiquiátrica. Así que, acabar con el silencio es una lucha de todes.
A quienes sobrevivimos violencia nos quieren callades y a quienes hablamos públicamente sobre estas violencias nos quieren silenciar. Esta cultura de silencio alimenta la cultura de abuso, hace que continúe. En el silencio, el abuso se sigue reproduciendo como un hongo negro, consumiendo a las personas agredidas y a otras posibles víctimas de esas personas. Las personas que abusan, violentan y agreden se alimentan de este silencio para seguir repitiendo estos patrones. Muchas para mantener sus reputaciones intactas mientras de forma insidiosa continúan destrozando la vida de quienes agreden.
A quien habla de abuso abiertamente muchas veces se le aísla, ataca, amedrenta, cuestiona, no solo cuestionando y desacreditando la legitimidad de lo que está diciendo, sino que también el foro que escogió. Como si no fuera el caso que se ha tratado de hablar en privado, en el entorno familiar, de pareja o de terapia, con replicabilidad del abuso y culpabilidad en todos estos entornos y muchas veces maltratando más a las personas agredidas. Y como quiera, el abuso continúa. La cultura de silencio no sólo alimenta, sino que hiperperpetúa el abuso.
Las personas que son sobrevivientes de violencia y silenciadas tienden a experimentar altos niveles de distrés emocional por el resto de sus vidas y secuelas físicas del abuso que su cuerpo aguantó. Estudios indican que tener una mayor cantidad de Experiencias Adversas en la Niñez está asociado con tasas más altas de violencia en relaciones de pareja, y que quienes sobrevivieron abuso sexual infantil tienen un riesgo excepcionalmente alto de experimentar IPV en algún momento de sus vidas (Seon et al., 2022). Además, la duración, la relación con la persona agresora, la frecuencia y el tipo de abuso sexual infantil también impactan la respuesta de las personas a estas experiencias adversas y afectan su capacidad para imaginar un futuro positivo. Esto también se relaciona con manifestaciones emocionales como depresión, trastornos alimenticios, ansiedad, trauma, la intensidad y frecuencia de la ideación suicida, entre otros problemas de salud mental y física (Sahle et al., 2022).

Esta cultura de silencio deja a las personas que experimentan estos abusos sintiendo vergüenza, sintiendo culpa, cuestionándose qué hicieron para merecer esto, qué está mal en elles que les pasó esto. Muchas veces en solitario, sintiendo que no hay nadie más a quien le haya pasado esto. Al romper el silencio no sólo validamos nuestra propia experiencia, sino que también validamos las de otras personas. A veces esto inspira que otras personas también hablen del abuso que experimentaron de parte de una misma persona. Así como hemos visto con los casos de personas famosas que han sido acusadas y se encuentra que son patrones, que no es solo un caso aislado y que esas personas agredidas tenían temor a hablar por las represalias de la cultura de abuso y silencio en la que vivimos. Las personas que abusan quieren el silencio, quieren que sus vidas estén intactas, quieren que sus acciones no se sepan. Muchas veces, lo primero que hace esa persona es cuestionarse qué va a pasar con su reputación, sin pensar en la persona que agredió o responsabilizarse por sus acciones, sino echándole otra vez la culpa y aprovechando el momento para seguir abusando de forma insidiosa y psicológica a la persona. Esto también lo hacen personas cercanas a quienes agreden, aun cuando la persona agredida también es una persona cercana. De hecho, la mayoría de las personas que agreden son conocidas por la persona agredida (Lyon, 2014; Lyon & Dente, 2012). En Puerto Rico, según datos del Observatorio de Género, 52% de las agresiones sexuales son familiares.
Otras personas también se preocupan por cómo tu romper el silencio va a afectar la vida de esa persona y quienes le rodean, sin pensar en cómo esto afecta y ha afectado la tuya. Hablar de abuso es incómodo, pero es necesario si lo queremos prevenir. Si queremos que esto deje de pasar, tenemos que hablarlo y esto no debe ser tarea de las personas que han sido abusadas solamente. Si realmente queremos ayudar a las personas agredidas, acabar con el estigma hacia las agresiones y violencias, y prevenir que esto siga ocurriendo, hay que hablarlo a pesar de la incomodidad que esto nos provoque. Si realmente queremos honrar y salvaguardar la dignidad de las personas que sobreviven abusos, hay que crear espacios de apoyo donde puedan hablar, en los contextos y como elles decidan hacerlo.
Hay procesos de solidaridad que son extremadamente importantes en estas dinámicas de romper silencio. Muchas veces pensamos que el abuso experimentado es lo más traumatizante para las personas que sobrevivieron abuso y eso no necesariamente es cierto. Muchas veces lo más traumatizante es la reacción que tienen otras personas cuando esa persona revela, verbaliza y expresa el abuso que ha experimentado.
También en Latinoamérica, tenemos una cultura de respeto y de que tienes que respetar a tus padres, a tus mayores y a tus superiores y de cierta forma tienes que haber nacido sabiendo lo que significa el respeto y definiendo el respeto como incondicional para esos grupos antes mencionados. Esto también es un aspecto cultural que funciona para silenciar a las personas que sobreviven violencia. Se escucha mucho: son tus padres, hermanos, tíos, tu sangre, tu pareja. De esta forma, estamos sacrificando a las personas a sus abusadores y haciéndolas más vulnerables al abuso.
Muchas familias dependen del silencio de las personas que sobreviven violencia intrafamiliar para mantener el estatus quo y la comodidad. Así no se tienen que hacer cambios en la dinámica familiar. Evitan tener conversaciones complicadas y difíciles donde se pida que se prevenga la violencia y que se pare la violencia de forma comprensiva y total, y atender así las necesidades y las consecuencias de la violencia en las personas que fueron agredidas.
Muchas familias no quieren el cuestionamiento, quieren mantener las apariencias, que es algo muy común en las familias latinoamericanas. El que se amenace la integridad de la familia de sangre por parte de una persona agredida, se considera muy violento hacia esta institución familiar. Sacrificando entonces a las personas que han sido agredidas dentro del núcleo familiar, dejándolas solas, abandonadas y aisladas, dañando muchas veces su reputación y abrazando a las personas agresoras.

¿Qué gana una persona sobreviviente entonces con hablar o con mentir? Si hablan, se echan a todo el mundo encima en esta cultura de silencio que no es una cultura de solidaridad hacia personas agredidas. A las personas agredidas se les cuestiona, el cómo, cuándo y por qué deciden romper el silencio. En el caso de sobrevivientes de abuso en la niñez, la mayoría de las veces lo revelan en su adultez (Ullman, 2023). Esos mismos cuestionamientos no se dirigen hacia la persona que agredió y así como sociedad replicamos y repetimos patrones de agresión contra personas que ya han experimentado abusos en su vida. En esta cultura donde el silencio es rey y reina, hablando de abuso tenemos también mucho que perder, familiares, trabajos y reputación.
Ninguna forma de vociferar esto es para las personas que agreden o lograr venganza. Hablar de lo que nos pasó no nos va a devolver lo que nos quitaron, pero nos puede ayudar a sanar, a auto validarnos, normalizar nuestras experiencias y también a llamar la atención de que esto le puede pasar a cualquiera y podemos estar bien, podemos sobrevivir. Hablándolo podemos tomar el control y poder que nos quisieron arrebatar. El control de la narrativa, nuestras reacciones y nuestro futuro. Además, ¿qué venganza logran además de que se conozca su realidad de vida y se le honren sus experiencias? Se sabe muy bien que hay una falta de justicia en los sistemas de justicia y que el peso de la prueba recae en quien acusa. Sabemos muy bien que aun con evidencia no se impone la justicia. No solo cargamos con el peso del silencio sino que también con el peso de las agresiones cometidas en nuestra contra. Cuando hablamos, también protegemos a otras personas de experimentar abuso.
En silencio no hay cambio, el abuso crece y se sigue reproduciendo. ¿Luego le cuestionamos también a las personas que han sido agredidas, por qué no dijeron nada? ¿Por qué no lo hablaron? Mucha gente no reflexiona sobre cómo ocurre inicialmente el abuso, el abuso ocurre en privado y las personas que agreden, dependen de nuestro silencio para seguir abusando. Dependen de ese aislamiento, así que las personas agredidas ya de por sí están aisladas, marginadas y solas.
¿Muchas veces también te cuestionan, por qué no reportaste? Pero la mayoría del tiempo, no hay evidencia del abuso, por lo que el abuso conlleva. Vivimos en una cultura donde si no tienes evidencia y a veces aunque tengas montones de evidencia, como le ocurrió a un Andrea Ruiz Costas, no te creen, te dicen que te lo buscaste, que te lo mereciste, así que ¿qué sobreviviente de cualquier tipo de agresión quiere pasar por un proceso legal donde se le va a cuestionar, atacar y deshumanizar, poniendo su dignidad en más jaque? Cuando muy posiblemente ya esto está ocurriendo dentro de las micro dinámicas de la institución familiar. Igualmente, te piden que seas la víctima perfecta. ¿Pero qué es una persona perfecta? ¿Cuál es la reacción perfecta a ser agredide, a ser abusade?
A quien le incomode, le urjo a que reflexione sobre el por qué. El que rápido comience a cuestionar a quien sobrevivió esa violencia y no a quien agrede, le urjo a pensar sobre el por qué. ¿Qué mantienes con tu silencio? ¿A quién más estás silenciando? ¿Por qué no puedo demostrar solidaridad hacia la persona sobreviviente? ¿Por qué el medio de responsabilización recae solo en la persona agredida y no en quienes le rodean? Si es incómodo para ti hablar o leer del tema, imagínate para quien lo vivió. Mientras no enfrentemos esta incomodidad, las personas sobrevivientes tampoco se sentirán cómodas hablando de las violencias experimentadas y no podremos enfrentarlas.
Sin embargo, las investigaciones demuestran que ofrecer el testimonio normaliza estas experiencias de agresión, hace a las personas agredidas sentirse menos solas, más libres, a poder vociferar y expresar sus circunstancias de abuso, y hablar de ellas libremente. Esto no es conveniente para las personas agresoras y la institución familiar donde se están repitiendo estos patrones de abuso. Así que nos quieren aislades, calladites nos vemos más bonites.
Cargamos con las consecuencias de romper los silencios. La culpa y la vergüenza cuando la cargan las personas agredidas no es conocida como inspiradora de cambio o sanación, sino de tormento. Al final, solo vivimos una vez y de cierta forma, al vivir protegiendo a quien nos ha agredido y a quienes le protegen, les regalamos nuestra vida. No hablar de abuso puede que nos quite la oportunidad de vivir en libertad de nuestras identidades ya que estamos engavetando algo que definió algunas o muchas partes de nuestras vidas y estatus actual en ella. Por esto, el silencio se acabó.
“Locura en Argentina” publica a un grupo muy diverso de personas que escriben. Estas publicaciones buscan promover en los comentarios un foro público para el debate de ideas sobre las artes, la cultura loca, la salud y la diversidad mental. Las opiniones expresadas en las publicaciones no son las de “Locura en Argentina”, sino las de sus autores. Entonces, ¡bienvenido el debate!

Laura López-Aybar es una sobreviviente de violencia psiquiátrica, intrafamiliar y de género. Posee un doctorado en psicología clínica de Adelphi University en Nueva York y hace investigación multi métodos en determinantes sociales de la salud emocional, primordialmente estigma, discriminación, violencia de género y cambio climático. Aboga abiertamente por experiencia personal y empírica por la abolición y reforma de los sistemas carcelarios, incluyendo el sistema de salud mental desde la práctica de la psicología crítica. Pueden encontrar más de su trabajo en su página de Instagram @aybarpsicologiacritica.