Este texto fue escrito e interpretado por Lou Bloom en una varieté a micrófono abierto, durante el campamento de verano “Mad Camp” en Estados Unidos en Julio de 2023.
No pongo en mayúsculas la palabra “yo” cuando escribo por razones políticas, y supongo que también filosóficas. Tomo la decisión política de poner la “y” griega en minúscula, al igual que “tú”, “el”, “ella”, “ello”, “ellos” y “nosotros”, porque creo que poner la “y” griega en mayúscula me sitúa en una determinada visión del mundo que considero incorrecta, e incluso peligrosa.
No pongo la “y” en mayúscula, excepto al principio de una frase, como símbolo de molestar a una de las creencias fundacionales de la ideología blanca: Yo pienso, luego existo.
En clase de filosofía a los 18 años, cuando oí por primera vez la frase más famosa de Descartes, “pienso luego existo”, pensé que era la idea más brillante que había oído en mi vida.
Por aquel entonces, yo acababa de salir de una educación católica en la que me habían enseñado diligentemente que los cuerpos son un problema y que debemos hacer todo lo posible por normalizarlos o ignorarlos. Aprendí que si la sensación física no me hacía sentarme tranquilamente y sonreír amablemente, entonces debía racionalizarla. Como Descartes, yo era un cerebro en un palo. Pero no podía ignorar mi cuerpo. De niño se me daba bien guardar secretos, como probablemente a muchos de nosotros, las locas. Por suerte, a finales de mis veinte años empecé a rodearme de gente que no veía el cuerpo como un problema que había que arreglar, y cuanto más me abría a las sensaciones de mi cuerpo (sin resistencia, miedo ni culpa), más vívidas y llenas de significado se volvían.
Poco a poco me di cuenta de lo absurdo del valor y la prioridad singulares que mi gente otorga a los trozos de neuronas que tenemos metidos en el cráneo. Ese “yo” sagrado.
Porque cuando me enteré de que el segundo trozo más grande de neuronas se encuentra en nuestras tripas, y que el mayor haz de receptores de serotonina está en el aparato digestivo, tuve que hacer una pausa y moderar mi admiración por el cerebro. Y entonces me enteré de que en nuestro cuerpo hay más -muchísimas más- células bacterianas que células humanas. Entonces, ¿Quién soy yo en ese contexto?
Quizá Descartes sólo tenía una voz singular en su mente, y a los amos les ha servido para que sus súbditos y esclavos también tengan sólo una voz que represente sólo el cuerpo humano que tienen delante. Pero sabemos que la apariencia de un ser singular como humano es una ilusión, igual que un árbol. Tómate 1 minuto y mira un poco más de cerca. Tengo tan claro que las visiones y la música que se me aparecen espontáneamente no las he creado yo, como tampoco los pedos que me salen del culo los he creado “yo”.
Así que, para mí, no poner la palabra “yo” en mayúsculas es un reconocimiento simbólico de todos esos seres que también viven dentro de mí. Que llaman hogar a este cuerpo. Es reconocerme mí misma como árbol, y a mi proyecto político de que todos juntos hagamos crecer un bosque. Quizá deberíamos escribir la palabra Nosotros con mayúscula.