En este cuento Yanina Riccitelli explora cómo la celebración familiar de la navidad no puede evitar los recuerdos de la muerte de una familiar que fue recluida en un loquero. La memoria, la carta y el obituario se entrecruzan en esta narración que permiten a su autora dialogar con la muerte y la locura.
Mamá me vistió otra vez como mi hermana. Unas calzas cortitas, remera, medias de volados y las zapas de la escuela.
Ese día andaba un poco emocionada. Porque durante toda la semana había estado en lo de la abuela armando el arbolito. Me tenia bastante impresionada la cantidad de muñequitos que guardaba para el pesebre. Más de 25 seguro. Tenía repetido al niñito Jesús, como 5 reyes magos y varios pastores. Ni ella sabía cuál era José.
-Pone el que esté menos roto y listo – me había recomendado.
Cayó la tardecita y fuimos para allá. Trepé la reja petiza y entre corriendo. Aparecí en la cocina, revisé que el arbolito estuviera completo y empecé a buscar gente por la casa.
– Abu, ¿y la tía? –
– Está en la pieza, ahora viene – me respondió con voz tirante.
– ¿La voy a buscar?
– ¡No, no! ¡Vos quedate acá! La tía se tiró un rato porque está cansada
– ¿Salió a caminar mucho hoy?
– Pone la mesa Yanita, busca bien los cuchillos que están todos desparramados por el cajón.
Se iba haciendo de noche y la tía seguía en la pieza. Era la primera vez que pasaba navidad con ella, antes era bebé y no me acordaba. Capaz que no le gusta festejar, sospeché.
– Abuela, quiero que la tía me pinte los labios. ¿No va a estar para brindar y abrir los regalos?
– Bueno, anda a golpearle la puerta. Pero no entres – medio que lo separó en sílabas y se aseguró de remarcarme. – No entres, decile desde afuera que vamos a poner los confites de colores y el pan dulce.
Golpeé la puerta despacito y nadie contestó, la pieza estaba al final de un pasillo muy oscuro y en el medio de otro pasillo más chiquito pero sin luces. Me dió un poco de miedo y me fuí.
Justo escuché que el abuelo me estaba llamando y nos llevó a la terraza.
Agarró a mi hermanita en upa para que no se caiga de las escaleras y empezó a decir que recién, recién había pasado Papá Noel. Que él lo vió justo y nos vino a buscar. Aparentemente ya había dejado todos los regalos del barrio y se fue.
– ¡Mirá! ¿ves? Esa caca es de los bichos esos con cuernos que tiran del carro. – dijo entusiasmado el abuelo.
– ¿De los renos decís?
– ¡Si esos! Se ve que frenaron acá en la terraza.
Agachada y forzando la mirada para analizar la cuestión, me pregunté sí la perra que andaba por ahí los habrá visto también.
Mientras bajaba de la terraza, desde la escalera ya se veía por la ventana a la tía sentada en el banco largo.
¡Está la tía! Pensé y bajé a los tumbos. Entre a los gritos a la cocina.
– Tía me pintas los labios de violeta, de ese color que usas vos siempre.
No me contestó, me acerqué a su cara y le mostré que me había puesto una remera a lunares parecida a una que usaba ella.
No me pudiste contestar, los ojos se te iban para arriba y parpadeabas sin parar. Era un movimiento horrible y se notaba que no lo podías controlar. Te mire durante varios ratos, para ver si lo estabas haciendo a propósito y no. Era algo incontrolable.
En alguno de esos ratos, inclinaste la cabeza hacia mi y estiraste un poco las comisuras de los labios para dejarme conforme.
Entendí que tenías ganas de estar, pero no podías. Estabas tomada por algo.
– Yanita anda a abrir los regalos – me dijo la abuela.
– ¿La tía está bien? – le pregunté de cerquita.
– Si, está cansada ya te dije.
– Tía te queda re lindo ese saco con brillitos – grite desde el árbol.
Sentía tus ganas de estar, pero había una rigidez en vos que te impedía ser. Y es que ahora entiendo bien porque te negabas a tomar la medicación para los nervios.
Dicen que tenías esquizofrenia y que hablabas con la virgen Maria, que corriste al abuelo con un cuchillo y que una vez te escapaste a Córdoba. Pero te juro que hasta el día de hoy, nadie de la familia habló mal de vos. Nunca escuche a nadie quejarse de tu situación. Antes pensaba que era negación. Ahora sé que todos entendían que algo te pasaba, no sabían cómo ayudarte y las opciones médicas fueron fatales. Así que nos toca convivir con eso.
Estos días estuve hurgando en tus cosas, encontré muchos diplomas de clases de piano, cartas, postales y poemas escritos por vos. Fue hermoso encontrarme con tu luz, tu fuerza vital, tus ganas de existir y tu sensibilidad ante la realidad.
Resulta que con tu grupo de amigas se hacían llamar “Las Intocables”, ellas te pedían que no vuelvas loco a “X” con tus escotes, te hizo muy bien ir con Lili a Mar del Plata y te preocupabas mucho por como sufrían Porota y la abuela cuando el tío estaba haciendo el servicio militar.
Escribías poemas sobre amor rojo; de la trascendencia en el cosmos que encontraste con alguien; eternidades de las células; sobre un país gigante que exige y sobre la justicia. Estabas contenta de ser tía de cachorritos y eran muchos los parientes que mandaban cartas preocupados por vos. Decían que aparentemente eras muy sensible y te bajoneabas mucho. Algunos creían que con un marido se te iba a pasar, otros rezaban y también iban a parapsicólogos.
Pero… ¿cómo no te ibas a bajonear tía? Te tocó vivir entre dictaduras siendo una mujer fuerte y respondona. Me pregunto cuánto del contexto te quebró. Sí en esa época te obligaban a cercenar una parte tuya para adaptarte y no lo soportaste. Pasaste crisis económicas, hiperinflación, la guerra de Malvinas, los problemas económicos de la familia. ¿Te hicieron algo en la facultad o en la calle? No puedo ni pensar en vos y los flagelos de la dictadura. En vos internada y la violencia del encierro. Todas las medicaciones que no querías tomar y los efectos de que las accediste. Simplemente no puedo, no me da el corazón. Y el tuyo tampoco aguantó en esa última internación.
Abrazo al cosmos tía, me quedo con la ternura de tu escritura sabiendo que este mundo te quedó chico.
Yanina Riccitelli.
Yani Riccitelli (1987), Psicóloga transfeminista. Docente. Investiga teorías transversales en salud mental y botánica.