En esta crónica Alan Robinson repasa un recorrido de 30 años trabajando con sus voces y visiones en la dirección de actores y la escritura creativa.
Algunas de mis experiencias artísticas fueron denominadas como brotes psicóticos y tratadas de forma compulsiva, coercitiva y violenta. Hoy describo a estas experiencias como teatro invisible, espontáneo o impulsivo. El proceso para renombrar los brotes psicóticos como expresiones teatrales, me llevó años de investigación y distintas etapas terapéuticas para lograr un cambio de perspectiva y narrativa sobre lo que la ciencia describe como una falta de conciencia de enfermedad y adherencia al tratamiento de mi parte. La perspectiva de derechos humanos en general, como la libertad de conciencia y de expresión en particular fueron los fundamentos en este camino de conocimiento que me permitió tomar consciencia de lo que en realidad pasaba en mi cuerpo. Para esto tuve que comenzar por cuestionar qué es un cuerpo, cuándo enferma su conducta y cómo sana su comportamiento.
Cuando nos encontramos en coyunturas que niegan los derechos humanos, es importante conservar el pensamiento crítico sobre las decisiones que tomamos día a día en los procesos creadores desde una perspectiva ética porque determinadas coyunturas pueden poner en riesgo nuestra vida, por ejemplo en el espacio público o en tratamientos involuntarios. En el pensamiento crítico no necesariamente tenemos que ponernos de acuerdo, pero si deberíamos poder cuestionarnos aquello que fue establecido como algo normal por el sentido común predominante.
Desde una perspectiva de derechos humanos puede resultar un desafío acceder a la libertad de conciencia y de expresión cuando nuestro cuerpo se encuentra intervenido de forma involuntaria por drogas psicofarmacológicas. Éstas sustancias además de producir una dependencia actúan directamente sobre el sistema nervioso alterando la forma en que percibimos la realidad. Los estados alterados de consciencia en estos casos, son justamente alterados por las drogas psicofarmacológicas en la actividad de los neurotransmisores como por ejemplo la dopamina. La percepción del entorno es un proceso biológico que sucede a partir de cómo los estímulos y la información circula desde nuestros cinco sentidos hasta nuestro cerebro.
El proceso para describir un brote psicótico como una experiencia artística requiere reflexionar sobre el cuerpo, el movimiento y la conducta a partir del conocimiento basado en la experiencia, debido a que el conocimiento basado en la evidencia solamente puede describir a determinadas expresiones corporales como brotes psicóticos que deben ser tratados de forma urgente porque representan, según la norma, un peligro para la sociedad. El conocimiento basado en la evidencia, se diferencia del conocimiento basado en la experiencia transmitido de generación en generación
Al momento de escribir este texto pasaron 30 años de la primera experiencia que fue denominada por la psicología y la medicina como un brote psicótico. Aún recuerdo las sensaciones físicas que experimenté en los primeros segundos en que mi percepción de la realidad convencional, se expandió hacia otras realidades. La primera experiencia de las visiones o las voces que se presentan de forma espontánea ante una persona, es disruptiva. La idea de lo que es real, como la idea que tenemos sobre cómo funciona nuestra percepción se alteran en instantes porque en este tipo de experiencias se toma consciencia de que hay otras realidades. Hay algo que sucede de pronto, que se impone, haciendo reales situaciones que hasta ese instante eran exclusivas del campo de la fantasía y la imaginación. Por esto, desde esta perspectiva, la escucha de voces y la presencia de visiones es más un problema filosófico y artístico, que médico y psicológico. El pensamiento científico promueve la idea de evitar todo tipo de experiencias psicóticas ya sea a través de la psicoeducación, la segregación en instituciones especializadas o de los tratamientos de salud mental coercitivos.
Según la legislación argentina actual en materia de salud mental y adicciones, se regulan los tratamientos involuntarios contra un cuerpo de una persona en estado de crisis, considerando a ese cuerpo peligroso para sí mismo y para terceros. De ahí se desprende la necesidad de intervenir de forma urgente en contra de la libertad de expresión y de consciencia del cuerpo en estado de crisis. Esta es la mirada psico médica sobre los estados en que los cuerpos se articulan con la sociedad. Pero en los estados de crisis, no necesariamente siempre se presenta una urgencia o una emergencia. El discurso que sostiene la psicomedicina acerca de estos estados consiste en describirlos como estados donde se pierde, se altera o se reduce la conciencia. Aquí, me propongo revisar estas experiencias desde otra narrativa. Desde una perspectiva artística, se puede afirmar que la conciencia no se pierde, ni altera, ni reduce. Por el contrario, lo que sucede es algo que podríamos describir como una expansión de la consciencia.
Tanto la clarividencia como la clariaudiencia, fueron experiencias personales que me dieron la oportunidad de diseñar ejercicios físicos para entrenar estas capacidades con fines estéticos. Estos ejercicios sobre la percepción corporal los desarrollé como director de los entrenamientos de un grupo de actores y actrices entre el año 2001 y el 2005. Estos estados han sido asociados con la parapsicología y los fenómenos paranormales, pero en la experiencia del grupo Gota.Teatro eran capacidades a las cuales accedemos a través del entrenamiento actoral con el objetivo de explorar formas de comunicación entre intérpretes durante la escena. En aquella época nos basamos en la premisa de que el intérprete escénico es un médium para que el personaje se exprese libremente. La búsqueda poética estaba relacionada con poder ver lo invisible y escuchar lo inaudible dentro de los límites del espacio y tiempo de la escena, la función o el ensayo.
Muchísimos ejercicios de entrenamiento corporal nos muestran la importancia de desarrollar la atención de una forma extracotidiana que opera directamente sobre una modificación de la conciencia corporal, en tanto tener consciencia del cuerpo en situación. Estos ejercicios apuntan a entrenar la capacidad de tomar consciencia en el presente de determinada situación ya sea en soledad o en compañía. Incluso los ejercicios sobre la respiración permiten hacer consciente el proceso respiratorio asociado a las fases de diástole y sístole del ciclo cardíaco corporal con distintos propósitos.
Los primeros ejercicios para tomar consciencia sobre mi forma de ver y escuchar las escenas durante los ensayos, los realicé en función de mi rol como director. Mi cuaderno de notas, mi diario de sueños y pesadillas así como la templanza esperada por parte del grupo de mi rol, me permitieron prestar atención a lo que veía y escuchaba en la escena. Este proceso de 4 años en el que ocupé el rol de la dirección, me permitió relacionarme con las visiones y voces de una forma poética. Fue así como comprendí que escuchar los subtextos de una escena, es escuchar lo que no dicen los personajes, así como reconocer una visión, es descubrir lo que no muestran. Este proceso me condujo muchos años después a reconocer que en mi poética las metáforas no se construyen sino que se ven o se escuchan, como visiones o voces. De ahí la importancia de la clarividencia, como la capacidad de ver claramente y la clariaudiencia como la capacidad de escuchar claramente.
La paciencia, persistencia y obstinación en poner en valor el conocimiento basado en la experiencia artística, me permitieron desplazar estas capacidades desde la dirección teatral junto a los elencos, hacia la escritura teatral en la soledad de mi estudio. Al principio por prudencia, comencé a escribir solamente algunas voces que escuchaba como diálogos de los personajes. Nuevamente, el acto de escribir, la literatura dramática o la dramaturgia como puente, canal o médium que va de las voces que uno escucha al papel. (Tiempo después cuando escribí mi primera novela me animé a describir algunas visiones que se presentaban de forma recurrente en mi vida cotidiana como por ejemplo aquella de una colonia psiquiátrica incendiándose, que fue publicada en mi novela “Jorgino: pasión y locura por Jorge Bonino”.)
Considero importante diferenciar a las visiones de las imágenes, como a las voces del diálogo interior. Las imágenes y diálogos interiores, suceden en el campo interno de la fantasía y la imaginación. Es decir que funcionan dentro del límite del cuerpo, separadas del afuera como mundo exterior diferenciado del mundo interior. Mientras que las voces y visiones, no respetan ese límite entre un adentro y un afuera del cuerpo. De hecho podría decirse que parecen originarse desde afuera del cuerpo humano. La dificultad con las voces y las visiones, es justamente que se pueden presentar por fuera del momento en que uno se dispone a escribir. Es muy difícil escuchar voces o tener visiones por voluntad propia o generación espontánea. Mientras que el ejercicio de imaginar o fantasear, es más susceptible de ser controlado durante el trabajo en un proceso creativo.
A lo largo de distintas experiencias como dramaturgo, director teatral, actor y bailarín fui ejercitando distintas formas de tomar consciencia de los procesos que atraviesa el cuerpo cuando se dispone a crear. La situación en la que alguien se dispone a crear algo, es particular porque requiere que los estímulos sean regulados de una forma que no es la cotidiana. El entorno donde uno se dispone a escribir un texto, o a dirigir un ejercicio de actuación pretende facilitarnos salirnos de la comodidad que nos brindan las rutinas cotidianas.
En las artes escénicas la conciencia sobre el entrenamiento tiene especial importancia. Comprendiendo todo entrenamiento artístico como un proceso en corto, mediano y largo plazo quienes atravesamos estados de crisis podemos cambiar la narrativa sanitarista sobre nuestra poética. Entonces, cuando se nos dice que hay delirios y alucinaciones, simplemente observamos que las voces y las visiones son un recurso más de nuestra poética como son la imaginación, la fantasía o la asociación libre.
La dimensión pedagógica de estas experiencias creadoras, tuvo un valor muy importante en tanto me permitió sistematizar estos saberes así como compartirlos con otras personas a quienes les pudiera ayudar en sus procesos creadores. En una ocasión el actor Alejandro Urdapilleta declaró que “la locura puede ser lúcida y resultar en un camino de conocimiento”, algo que he decidido tomar de forma literal. En este camino es posible relacionarse de otra forma con las voces y visiones, para aprender a convivir con ellas en la tarea de la creación literaria. La pedagogía permite acercarnos a estas poéticas de una manera ética, colectiva y segura para quienes quieran aproximarse a la creación desde la consciencia de una poética de la locura, en la cual las voces y las visiones sean tan importantes como la fantasía y la imaginación.
Las opiniones expresadas en las publicaciones no son las de “Locura en Argentina”, sino las de sus autores. Esta revista publica a un grupo muy diverso de personas que escriben. Estas publicaciones buscan promover en los comentarios un debate de ideas sobre las artes, la cultura loca, la salud y la diversidad mental. Entonces, ¡bienvenido el debate!

Alan Robinson nació en 1977, en Buenos Aires, Argentina. Egresó como licenciado y profesor de arte dramático. Publicó novela, dramaturgia y ensayos. Enseña literatura, psicología social y finanzas.