“¿Qué es el Campamento Loco?” me preguntaron en inglés dos personas distintas que me levantaron mientras viajaba a dedo dentro del Parque Nacional Yosemite. Respondí sin pensar mucho que el Campamento Loco 2023, fue un campamento de verano relacionado con la defensa de los derechos de las personas con discapacidad psicosocial, una actividad recreativa del movimiento de la locura en Estados Unidos. Esa fue la respuesta más rápida que pude dar mientras conversábamos sobre distintos temas, en dos viajes a dedo. Pero el encuentro en el Campamento Loco 2023, fue sin dudas mucho más que esa respuesta apresurada que di para poder poner como ejemplo la película documental “Creep Camp”, desviar un poco el tema de conversación pero que se pueda entender de qué estábamos hablando cuando hablamos del movimiento de la locura en Estados Unidos.
El movimiento de la locura que promueve los derechos de las personas locas existe en distintos países del mundo. Darlo a conocer es importante para poder hacer visible en la tecnocracia mediática virtual, la necesidad de restitución de derechos fundamentales que les han sido arrebatados a miles de personas que fueron psiquiatrizadas. Derechos fundamentales como, por ejemplo, el derecho a la recreación en un campamento de verano.
En Febrero de 2023 leí una nota que escribió Will Hall para “Mad in América” donde lanzaban la promoción junto a Dina Tyler del campamento de verano que se iba a realizar en Middletown, un pueblo en California, al norte de San Francisco en la costa Oeste de Estados Unidos. La nota me gustó mucho porque parecía escrita sin haber sido editada, revisada o corregida, con la fuerza que a veces puede dar la manía. Hacía solamente dos meses había muerto mi amigo y maestro Vicente Zito Lema, qué fue la persona con quién empecé a participar en el movimiento de la locura en Latinoamérica. Zito Lema fue un escritor, periodista y abogado referente de la lucha por los derechos humanos desde la década del 60 en Argentina. Estaba muy triste y pensé que un campamento de verano en otro país, algo así como tomarme unas vacaciones de mis rutinas y proyectos, podría ser una buena idea. Finalmente, fue mucho más que una buena idea o una buena decisión.
Esperé con paciencia la fecha para la entrevista donde el consulado de Estados Unidos evaluaría si me daban o no me daban la Visa, ese papel en mi pasaporte que me permitió entrar a Estados Unidos por unos quince días. Nunca me resultó muy simpático que quienes vivimos en Argentina tengamos que pedir permiso para visitar un país de América, nuestro propio continente.
Cuando un trabajador de migraciones me preguntó qué iba a hacer a Estados Unidos como si mi ropa de montañista fuera una nueva versión del terrorismo internacional, en pocos segundos se me cruzaron muchas respuestas por mi cabeza. “Simplemente soy un sobreviviente de la psiquiatría que va al campamento de la locura”, “quiero conocer personas que pretenden reemplazar los servicios psiquiátricos por amor”, “estoy buscando alianzas para un juicio de reparación histórica porque fui torturado en una clínica psiquiátrica”.
Pero en seguida me di cuenta que no era una buena idea responder con la verdad, así que simplemente reduje toda mi respuesta a “turismo”. Era muy complicado explicarle en pocos segundos lo que realmente iba a hacer al Campamento Loco. Tampoco lo tenía muy claro. Además, si en Argentina el sistema de salud mental reacciona a las personas locas como si fueran terroristas, en otros países como Estados Unidos seguramente reaccionarían de igual forma.
Finalmente, tras muchas horas de vuelo llegué al aeropuerto de San Francisco donde me estaba esperando un joven campista con quien ya había arreglado por mail que me pasaría a buscar y viajaríamos juntos hacia nuestro campamento loco. La mayoría de las personas que conocí en California conservan el hábito de usar el correo electrónico, los mensajes de texto o las llamadas por teléfono celular en vez de la comunicación por WhatsApp. El campamento se realizaba en un lugar que se alquilaba para seminarios y retiros llamado “Four Springs”. Estaba conociendo otra sociedad y tenía mucha curiosidad por aprender de la cultura loca en Estados Unidos.
El primer día hubo una actividad introductoria donde la coordinación explicó cómo iban a organizarse las actividades. Era una propuesta horizontal y autogestionada. Había unas planillas con los días y horarios donde quienes quisieran podían ofrecer actividades para compartir. Sencillo y comunitario. Durante los cuatro días alguien se ocupaba de pasar la información a una cartelera más grande de forma que sea más accesible visualmente. Ofrecí una clase de tango, una reunión de grupo de apoyo mutuo y un taller de primeros auxilios en salud mental con herramientas del arte dramático. El desayuno, el almuerzo y la cena estaban incluidas en la inscripción. La modalidad para comer era de autoservicio en la cocina y había opciones para personas celiacas, vegetarianas y veganas.
Las altas temperaturas entre 35 y 40ºC atípicas para el verano en el norte de California recordaron que el calentamiento global pone en riesgo la biodiversidad y la continuidad de la vida humana en el planeta. Por lo cual fue necesario hacer todo más despacio y tomar mucha agua durante el día. Aún con esas temperaturas participé en una de las actividades que fue salir a trotar por la montaña. Participé en casi todas las actividades que pude cuidando también de tener un tiempo para poder estar en silencio y en soledad. También necesitaba de un tiempo de introspección para mi propia recreación, lo que es no solo divertirse sino como la palabra lo expresa “volver a crearse”. Comunicarme en otro idioma en ese contexto resultaba bastante agotador y desolador porque cuando el tema de conversación es la experiencia vivida en el sistema de salud mental, las palabras elegidas definen una narrativa.
Cuando describimos nuestras experiencias podemos o bien repetir una narrativa psiquiatrizada funcional al status quo o buscar crear narrativas emancipadoras. Puedo ser demasiado detallista con las palabras que uso en mi lengua nativa para describir mi experiencia, por defecto profesional dado que me dedico para bien o para mal, a la literatura. Tengo apenas un nivel intermedio de inglés en la conversación y me resultaba agotador encontrar las palabras exactas y la gramática correcta para poder describir, por ejemplo, un “brote psicótico” como una “performance”. Esta comparación siempre resulta risueña para quienes la escuchan por primera vez, sin embargo, para mí es la forma correcta de describir a un “brote psicótico” desde una perspectiva de derechos humanos debido a que en estos estados es cuando realmente existe libertad de expresión y de consciencia.
Con el paso de los días fui relajándome y reconociendo que aceptar mis propias torpezas puede ser muy liberador. Allí, en el reconocimiento de mis propios errores pude reconciliarme con el valor del perdón en relación a mi propia experiencia vivida en el sistema de salud mental argentino.
Una de las noches durante el “Campamento loco” hubo una varieté a micrófono abierto, la cual en inglés se la denomina simplemente “Open Mic” lo que es decir “Micrófono abierto”. Predominaron los números de “stand – up” alrededor de la temática de la psiquiatría, la salud mental y la locura. Una vez más me encontré con un rasgo cultural, debido a que al menos tres personas que no se dedicaban a las artes habían escrito un número de humor en sus celulares y lo presentaron en tono de comedia para toda la audiencia loca. Las presentaciones de comedia, tenían muy buen nivel probablemente debido a la tradición de “stand – up” en Estados Unidos. Esto me resultó muy liberador, o si se quiere sanador en el sentido de poder ser parte de una audiencia que se reía a carcajadas de las tragedias ajenas, como si fueran las propias. En la varieté leí unos poemas de la chilena Gabriela Mistral que encontré en una muy buena traducción inglesa, en una biblioteca que había allí mismo en el predio donde se hacía el encuentro.
Las edades de los campistas eran diversas en un rango desde 20 a 75 años. Así también había mucha diversidad de experiencias en relación al sistema de salud mental en Estados Unidos. Participaron en total unas 40 personas personas. Hubo también participantes que viajaron desde Australia, México, Nicaragua y Argentina, pero la mayoría vivían en Estados Unidos. La perspectiva de todo el evento estaba enfocada por un lado en el valor recreativo de un encuentro que permitió crear comunidad, así como nuevas relaciones y lazos de hermandad para reconocer que existen muchas culturas locas en muchas partes del mundo. Por otro lado, y no menos importante, el encuentro promovió la búsqueda de enfoques terapéuticos alternativos para convivir con visiones, voces o situaciones emocionales extremas. Muchas de estas personas se reconocían como sobrevivientes de tratamientos involuntarios de salud mental. Escuchar voces, ver visiones, o recibir señales, en definitiva, son rasgos de la naturaleza humana que no nos hacen ni superiores ni inferiores a otras personas.
Pero parece ser que el sistema de salud mental, aun no logra comprender algo tan sencillo como la naturaleza humana ni California, ni en Buenos Aires.
Alan Robinson nació en 1977, en Buenos Aires, Argentina. Egresó como licenciado y profesor de arte dramático. Publicó novela, dramaturgia y ensayos. Enseña literatura, psicología social y finanzas.