En esta historia personal el escritor Alan Robinson compara los guetos que aislaron al pueblo judío en distintos momentos de la historia, con su experiencia de haber sido confinado al aislamiento en un loquero.
Mishiguene: del Idish, loco.
El colectivo de personas en situación de discapacidad sostiene hace décadas una consigna política que reclama “nada sobre nosotras, sin nosotras”. Este reclamo está dirigido hacia quienes, por acción u omisión, restringen el acceso a derechos fundamentales. El colectivo de personas en situación de discapacidad al exigir que no haya nada sobre ellas sin ellas, busca recuperar su vida independiente y autónoma para poder levantar las barreras sociales que impiden acceder a derechos fundamentales. La consigna política se remonta al año 1505 cuando se usó en Polonia para redactar una nueva constitución que permitió transferir el poder del monarca al congreso polaco de aquel entonces.
El lema expresa la idea de que no se puede decidir ninguna política sin contar con la participación directa, plena y efectiva de los miembros del grupo afectado por dicha política. Este reclamo político incluye a grupos religiosos, étnicos, personas con discapacidad y grupos sociales que tengan menos acceso que otros grupos a oportunidades sociales, culturales y económicas. Entre estos grupos que históricamente han visto vulnerados sus derechos fundamentales, se encuentran las personas con discapacidad psicosocial quienes han sido segregadas, recluidas y torturadas en guetos sanitarios como son las colonias, granjas, clínicas u hospitales psiquiátricos.
Cuando una persona atraviesa una crisis de salud mental tiene que enfrentarse con que será aislada de alguna forma. La forma más común en la que reacciona el sistema de salud mental es a través de los tratamientos involuntarios, que podrán ser inyecciones, sujeciones mecánicas, chalecos químicos, o aislamiento en un loquero. Estos tratamientos involuntarios lejos de aliviar el problema de salud mental específico, prolongan en el tiempo durante años una supuesta necesidad de tratamiento para la salud mental. La atención primaria de la salud mental aísla la conducta de quien atraviesa una crisis disociándola del cuerpo social al individualizar una supuesta peligrosidad en la persona que solamente fue a pedir ayuda porque estaba sufriendo.
Algunos países en el mundo siguiendo las directrices para la desinstitucionalización establecidas por la Organización Mundial de la Salud para los servicios de salud mental como por ejemplo Italia y Argentina, han sancionado leyes para cerrar los loqueros. Pero estas instituciones públicas y privadas siguen operando porque la transformación del sistema de salud mental es un proceso social que implica mostrar a las sociedades que la atención de la salud mental se edifica sobre el prejuicio cultural que asocia a la locura con la criminalidad y la maldad.
Vivo en Buenos Aires, una gran ciudad con cuatro monumentales instituciones psiquiátricas ubicadas en predios muy grandes en dos barrios distintos. Una de estas instituciones psiquiátricas se usa exclusivamente para la atención de las emergencias psiquiátricas y está ubicada en el barrio de Chacarita, justo al lado del cementerio de la ciudad. Las otras tres instituciones psiquiátricas se encuentran ubicadas en el barrio de Constitución destinadas a los tratamientos involuntarios de ancianos, varones, mujeres y menores de edad. En estas instituciones psiquiátricas muchos adultos sin hogar viven recluidas hasta el fin de sus días. El barrio de Constitución particularmente se transformó a lo largo del tiempo en el lugar al cual se envían a las personas cuando atraviesan una crisis de salud mental, es decir como el gueto psiquiátrico de una gran ciudad porque segrega a las personas con discapacidad psicosocial, sus familias y relaciones sociales.
En la actualidad un gueto es un área de una gran ciudad en la que vive de forma segregada un grupo cultural, étnico o religioso. La palabra “gueto” proviene del italiano ghetto y fue usada por primera vez en 1516, para segregar a un grupo religioso. Los judíos fueron confinados a un barrio cerrado de la ciudad llamado el Geto Nuovo en Venecia. En Latinoamérica, actualmente la organización regional “RedEsfera Latinoamericana” reclama el reconocimiento social de las “Culturas Locas”, refiriéndose a las personas locas como grupos culturales históricamente oprimidos. La segregación social siempre representa una forma de reclusión que una minoría padece. Las personas con discapacidad psicosocial somos parte de las culturas locas, es decir que nos constituimos como una minoría socialmente oprimida.
En un momento de mi vida me encontré frente a la necesidad de participar políticamente en el colectivo de personas con discapacidad que exigen se garantice su derecho a la participación política, mediante apoyos y ajustes razonables. Esa necesidad estaba relacionada con comprender que me había pasado cuando a mis 16 años me volví loco y adquirí una discapacidad debido a los tratamientos involuntarios a los fui sometido. Cuando las personas sin discapacidad, toman decisiones sin consensuar con las personas con discapacidad se reducen las posibilidades de acceder a la vida independiente. En muchas ocasiones las personas con discapacidad psicosocial o neurodivergentes, ven limitada su vida independiente incluso por los propios tratamientos psicofarmacológicos que suelen levantar barreras para acceder a la libertad de conciencia y de expresión.
Unos años antes de volverme loco había realizado mi Bar Mitzvah, por lo cual estaba familiarizado con la cultura judía. En la adolescencia comencé una búsqueda de mi identidad que continúa en la vida adulta. Cuando comencé a desafiar a mis padres, les cuestionaba que, aunque hubiera hecho el Bar Mitzvah y hubiera nacido de un vientre judío, no me consideraba judío. Con el tiempo comprendí que puede llevar mucho tiempo reconocer que el origen, historia y herencia de una persona no necesariamente determinan su libertad. Por esto en la vida adulta, me volví un judío gastronómico como me gusta caracterizarme. Hay algo muy curioso que aún despierta inquietudes espirituales en mi vida adulta y es que, en la fase más aguda de mis delirios, cuando estaba recluido, sometido a terapias de reconversión que se consideran torturas, fue cuando escuché la voz de Dios diciéndome que era un mesías y debía salvar al mundo. Inevitablemente, estos recuerdos en primera persona llevan a reflexionar sobre la ontología del delirio, es decir sobre qué es específicamente un delirio y una alucinación.
Históricamente la respuesta a esta pregunta la suelen dar los académicos, investigadores y profesionales de la salud mental sin consultar a las personas con discapacidad psicosocial. Además, las decisiones sobre los tratamientos antipsicóticos contra una persona que escucha voces o tiene visiones, se realizan solamente en base al conocimiento basado en la evidencia a la que acceden los profesionales que no escuchan voces ni tienen visiones. En esta construcción científica se descarta el conocimiento basado en la experiencia, para privilegiar el conocimiento basado en la evidencia. Por todo esto se ha llegado a la dramática situación de naturalizar la eugenesia en personas con discapacidad psicosocial y guetos sanitarios en las sociedades.
Estas prácticas para convertir a una persona neurodivergente en una neurotípica, suelen justificarse con el fundamento que se realizan por la seguridad, el bienestar y salud mental de la persona. Así se han justificado torturas y prácticas aberrantes como electroshocks, celdas de aislamiento y lobotomías. En mi proceso de reconciliación con mi origen, mi historia y mi herencia fui dejando atrás la carga de ser un mesías. Pero no dejé de hacer y hacerme preguntas. Si hay alguna forma de evitar la alienación social, tal vez sea cuestionando la propia educación y creencias.
Mi abuela me contaba cómo mis bisabuelos judíos habían cruzado Europa escapando del estalinismo antisemita. Mi relación con ella me permitió pensar como mishiguene, que significa loco en ese tono irónico y divertido que puede tener el Yiddish en algunas familias. Su historia, que es parte de mi herencia, me ayudó a tomar dimensión de todo lo que implica reconocerse como un sobreviviente, sin por eso tener que volver a ocupar el lugar de víctima. Todo lo que se hace en nombre de las personas locas, sin la participación de las personas locas ha producido un enorme daño que las sociedades deberían reparar. No se trata de un problema moral, científico o social, sino de un proceso de transformación cultural que necesita de profundas decisiones acordes a la ética.
Alan Robinson nació en 1977, en Buenos Aires, Argentina. Egresó como licenciado y profesor de arte dramático. Publicó novela, dramaturgia y ensayos. Enseña literatura, psicología social y finanzas.