En este artículo el escritor Bernabé De Vinsenci reflexiona sobre los efectos provocados por un presidente que parece ser loco.
Hay algo que el cuerdo identifica en el loco: una mirada, un gesto, los modos de fijar los ojos. El bagaje que se tiene de la locura, más las fantasías que desbordan los límites (no del loco, del cuerdo) y que peligran los perímetros del yo. La sensación de miedo puede degenerar en un DSM con tantos versículos (desde patologías hasta tics y trastornos) como la Biblia.
Eso que se supone de la locura es más del cuerdo que del loco. Por eso los locos pueden ser “homicidas”, “femicidas” o “asesinos”. Es algo que se da por hecho. Las personas normales no matan. No comenten delitos. La belleza mental tiene muy encriptado amarás a tu prójimo por sobre todas las cosas. Pero uno puede decir también que la locura posibilita la falta de pudor. Y los homicidas, femicidas o asesinos, si algo no tienen, es la falta de pudor.
Con esto no quiero elogiar a la locura. Es más, si existen tantos locos como personas en el mundo, habría un porcentaje mayor de locos. No habría que avergonzarse de la locura. Porque, entre otras cosas, hay locos que, así como la clase media quiere ser clase media alta, se camuflan en el cuerdismo. Hay cuerdos que padecen la locura pero que aspiran a mostrar sanidad mental.
Lo que quiero decir es lo siguiente: no hay empirismo en decir que estar loco pueda asociarse con el peligro. En todo caso el peligro es así mismo, no solo en el auto-flagelo, sino en caer en las exigencias de un mundo que demanda patrones de belleza mental. Así como existe la belleza física, también existe el flagelo y el via crucis de querer una mente bella. Una mente que en vez de reconocer sus debilidades, prefiere las exigencias de, o justificarse en la carta astral, o padecer los modos de operar de la normalidad, tanto en la elegancia subjetiva como en la sociabilidad.
Mi pueblo tiene cuarenta mil habitantes. La higiene social es total. Cámaras de seguridad, prohibición de la venta ambulante. Hay casos de “personajes” en situación de calle que fueron expurgados: se fueron a hospicios y lo que volvió fue un cadáver, literal. De ningún modo se asocia a la locura con marginalidad o indigencia. El que es loco es discapacitado. Loco es igual a discapacitado, o a homicida, femicida o asesino. Tenemos un loco, por supuesto. Un loco que deambula por las calles. Sucio, que huele mal, que vive desconcertado. Que no es “peligroso”, que no “abusa” y que como tal, hay que darle “libertad”. La libertad de ser un indigente en un pueblo pulcro, social y mentalmente.
No importa que este loco merodeé las calles: se lo puede esquivar o darle limosnas.
Sin embargo, no deja de ser una “novedad”. La “novedad del rumor”, del “posible robo”, del que “peligra” . O de que jóvenes sanos físicos y mentales lo filmen masturbándose en la vía pública, y que el video se viralice para carcajadas o morbo. No en cualquier lugar. El lugar in fraganti fue en los galpones del antiguo ferrocarril. Donde otras personas fuman faso o se echan un rapidín. Fue un lugar, donde el “loco” sabía que era el terreno de las cosas prohibidas. Pero claro, no todos merodean la ciudad, sucios y con mal olor. No todos van a la rotisería a pedir comida. Con esto vale decir que un “loco” es algo “novedoso”. Bien o mal. Algo suscita.
La figura del loco no queda impune en las mentes sanas y bellas. Insta. Interpela. Conmueve. Cosas buenas o malas. A veces muy malas. Otras muy buenas.
Si partimos de lo “novedoso”, se pude pensar la figura de Milei. Lo corrompible a la norma, el acting de la “euforia”, de la “violencia”, la “falta de pudor” son el arrastre de la locura como shopping. Lo que supone la sociedad como locura ancla en los modos desacatados de Milei. Acá es clave pensar en el chivo expiatorio en su reverso: no al que le caen los males, sino al que le cae el revanchismo, la cloaca emocional. Milei representa el lugar donde por acto mimético (siguiendo su mala compostura y el paroxismo de los límites) es posible el estado de anomia, de la libertad de expresión no como libertad de expresión. Como forma de aniquilar al otro, de reducirlo a los rasgos de mi capacidad odiante, de mis frustraciones. La anomia como acceso al desborde a decir sin registro del otro más que por medio de la violencia. La falta de registro en donde se materializan mis emociones más desagradables.
Con esto quiero decir que Milei no es un “loquito”, no detenta nada de lo que la singularidad de cada locura supone. Milei es la dinamita de un mundo más atomizado y menos vivible. Es un líder armado para la época. Es presidente, casi la mitad de la población lo votó. Para una época desencantada con la democracia. Donde la idea de libertad, no es la de los próceres: una libertad amparada bajo un sentimiento de comunidad. Sino una libertad en la que solo existe el hombre, el despojo de lo común, el narcisismo y la autosuficiencia. Una libertad donde no necesitamos de nadie. Donde el otro aparece en la medida en que puedo sustentar mi razón y recluirme más a los parámetros de mi propiedad privada y subjetiva.
Si suponemos que Milei, como se dice, es un loco, se empobrece el debate de la Salud Mental. O sea: es una chicana hacia los que militamos, con o sin el cuerpo, con o sin palabras, a la locura. Que militamos para que la locura no sea el estigma de lo que la sociedad deshumanizada hace.
El acting de Milei representa a la locura que el cuerdismo cree. No es la locura fáctica. Milei es un bufón. Un bufón que nos entretiene con actitudes de “loquito” para que por fuera de nuestro entretenimiento, nos precaricen la vida. Para que nos volvamos más mezquinos y creamos que la solidaridad ya no es posible. Las actitudes genuinas de Milei, son el acting para que nuestra confianza, a través de la espontaneidad y el creer que él es como nosotros, no pierda timidez a las “fuerzas del Cielo” y a la “libertad irrestricta”, y por supuesto, al libre acceso de la libertad de expresión. Una libertad de expresión devenida en acta de quejas. En la que puedo hacer catarsis de mi lado B. Contra quienes yo quiera y en el espacio que yo quiera. Una catarsis que ya no se sublima más. Mediada por la idea tergiversada una libertad que se volvió anomia, y de un código de violencia que parece el camino más eficaz y más apto para reafirmar mi razón. Para darle encauce a mi frustraciones.
Un loco no deshumaniza, no tiene posibilidad de hacerlo. Está siendo deshumanizado sistemáticamente por los hospicios, los fármacos, el poder de la medicina hegemónica. En cambio, Milei (ojos celestes, blanco, parte de la casta que el se propone derribar) tiene como proyecto quitarnos hasta las ganas de salir de la cama.
Parece que la locura que creó el propio cuerdismo, ancló en la sociedad. En un presidente que habilita nuestras miserias. Que posibilita cierta anomia, donde las mentes sanas van a dejar en claro quién realmente es el peligro. Y que jugar con el imaginario y la insatisfacción puede llevar a ser riesgoso. Tan riesgoso que hay cosas que jamás podremos recuperar.
“Locura en Argentina” publica a un grupo muy diverso de escritores y escritoras. Estas publicaciones buscan promover en los comentarios un foro público para el debate de ideas sobre las artes, la cultura loca, la salud y la diversidad mental. Las opiniones expresadas en las publicaciones no son las de “Locura en Argentina”, sino las de sus autores. Entonces, ¡bienvenido el debate!
Bernabé De Vinsenci es escritor y poeta. Nació en Saladillo, Buenos Aires en 1993. Vivió en La Plata y Rosario. Publicó en narrativa “La era de la eyaculación desmedida”, “Velando por los esquizofrénicos”, “Ciégate para siempre” e “Hígado”. En poesía “La trama de los padecientes” entre otras publicaciones.