Publicado originalmente en “Mad in America”. Lost Poetry: Psychiatry and Creativity. Por Karin Jervert
Creo, como poeta, que lo más valioso que podemos perder en esta vida es un poema. Particularmente, un poema que surge de nuestro ser más profundo y auténtico. Como persona con experiencia vivida en padecimiento mental y tratamiento psiquiátrico involuntario sé que el más poderoso de estos poemas puede vivir y perderse en lo que algunos llaman “la locura”.
Hay veces en que un poema llega a una poeta y es lo suficientemente ligero y escurridizo como para perderse fácilmente en el bullicio de la vida. Perder este tipo de poemas no es tan trágico. Pero los poemas de los que hablo son los que no se pierden tan fácilmente, sino que son los que están conectados con lo que somos. Cuando estos poemas se pierden, también se pierde una parte del poeta. Este es el tipo de poema que puede destruirse cuando la psiquiatría trata a un poeta, a un artista o a un músico, sin respeto ni honor por su creatividad y su diversidad mental.
Foto en blanco y negro de un tatuaje de una ballena y un lobo. El tatuaje de la autora, basado en su poema “Una mujer, un lobo y una ballena”.
Quiero dedicar un momento a rendir homenaje a las obras de arte, las canciones, los cuadros y los poemas de los artistas locos que se han perdido en el desierto de la psiquiatría, que no tiene en cuenta la verdad que todo poeta conoce: un poema puede ser como un hueso del cuerpo, una parte de la persona que puede sostener su vida, darle sentido y aportarle alegría y sanación.
Una vez perdí un poema y lo lloré durante muchos años. Pero, un día, mi dolor se convirtió en un mapa y con él encontré el camino de vuelta al fantasma del poema y lo recuperé.
Creatividad y psiquiatría
La creatividad, en un contexto corporativo o capitalista, se puede considerar como un codiciado catalizador para la innovación o bien como una peligrosa amenaza que está en disconformidad con el sistema. La forma en que se percibe nuestra creatividad parece depender de lo bien que podamos dirigir nuestro talento hacia el objetivo de lucro de otra persona. A menudo, esto no coincide con el propio beneficio del artista y menos aún con un beneficio social de largo plazo. Además, puede ser difícil diferenciar entre los objetivos de otro y los nuestros cuando se solapan tan sutilmente con nuestras estrategias de supervivencia.
En el contexto de la atención psiquiátrica, si una persona no puede comportarse, funcionar, sentirse o expresarse de un modo que se ajuste a un objetivo definido por otra persona, o al siempre presente objetivo de “ganar dinero”, se percibe a esa persona como una amenaza que necesita ser corregida, antes que una persona que puede resultar innovadora para la industria o creativa para la sociedad.
En mi caso, el manual de diagnóstico de trastornos mentales mostró a los psiquiatras qué era lo intolerable de mi creatividad, qué se interponía en mi capacidad de ser un buen engranaje de esta rueda giratoria. Les mostró exactamente lo que me dificultaba sostener cualquier falsedad necesaria en nuestro mundo moderno. Y sostener falsedades es una habilidad de suma importancia aquí.
Artistas o no, todos somos personas que tenemos algo que decir, algo que compartir, algo que aportar a nuestras comunidades. El arte puede ser lo que nos acerque a los demás, a nuestras intenciones colectivas centradas en el corazón, a nuestra alma colectiva y a nuestra imaginación de un futuro sostenible. Es lo que nos ayuda a recordar quiénes somos, por qué estamos aquí, cómo cuidarnos unos a otros, qué significa confiar y amar, qué significa desafiar el statu quo y cambiar los procesos y sistemas que no funcionan.
Y sí, algunas obras de arte habitan en “la locura”. Algunas personas piensan que las mejores lo hacen. Y puede que vos mismo nunca camines por los senderos donde se escribe esa poesía. Pero si esos poemas escritos por personas confinadas, garabateados en las paredes de los pabellones psiquiátricos, recluidos dentro de las mentes paralizadas por las drogas psiquiátricas se borran y se pierden… ¿Quiénes somos entonces? ¿Cuál es nuestra historia? ¿Cuánta medicina verdadera hemos perdido? Y sobre todo, ¿Cuál es la clase de medicina que aporta un poema?
No creo que muchos psiquiatras comprendan la verdadera tragedia de perder un poema porque la propia sociedad moderna no lo entiende. Y quizá por eso pueden tolerar que desaparezca el arte. En muchos sentidos, más allá del arte, no pueden ver cómo en el tratamiento psiquiátrico podemos perder la totalidad de una persona al considerar que una parte de ella puede desaparecer.
¿Podemos recuperar estos poemas perdidos? ¿Podemos volver a encontrarlos? Creo que aprender a hacerlo es una de los desafíos más importantes que nuestra cultura puede asumir. Los poemas no mueren, sino que hibernan y esperan revivir. Cada poema, cada pintura, cada canción que se ha perdido puede encontrarse, puede revivirse.
Cómo se pierde un poema
Al crecer con una madre y una abuela artistas, tuve una especie de ventaja, ya que tuve un ejemplo sobre cómo crecer con impulsos creativos fuertes y difíciles de manejar. Sin embargo, me faltó el tipo de orientación que se había perdido generaciones antes de que mi abuela intentara por todos los medios prosperar como mujer creativa en los Estados Unidos de los años cuarenta del siglo pasado.
Hubo un tiempo en el que sabíamos cómo evitar patologizar a las personas. Hubo un tiempo en que sabíamos convivir con los estados mentales creativos y alterados, cómo abrazar la intuición y la ensoñación y cómo convivir con este tipo de diversidad. Pero todo esto, la creatividad en la sociedad moderna ha adquirido un significado diferente que ahora sólo existe en el contexto de la psiquiatría y la enfermedad mental. Y a medida que la sociedad se volvió más estratégica en su necesidad de hegemonía, la creatividad empezó a caer sólidamente en el ámbito de una amenaza para el orden establecido. La psiquiatría iba a la par. La pregunta más importante pasó a ser: ¿Puedes conformarte con tu trabajo? ¿Puedes producir según las condiciones de los demás?
Recibí los consejos que me podrían haber dado sobre la narrativa de los estados alterados de consciencia que irrumpen en la biografía de un artista. Me trataron con los conocimientos que estaban disponibles que eran resabios de una antigua sabiduría casi desaparecida. Me contaron una historia en la que le faltaba un punto argumental y luego me entregaron al mundo como una mujer intuitiva, sensible y frágil sin mucho que decir sobre su capacidad de conformarse en absoluto. Pero mi creatividad era vasta, explosiva y a veces profundamente perturbadora e incontrolable. Pero yo la veneraba profundamente y sabía que aunque fuera algo de lo que tenía poca comprensión o formación, era algo precioso. Lo sabía.
Cuando fui encerrada en un hospital psiquiátrico, mi creatividad fue reducida a una categoría: locura sin sentido y enfermedad mental. Tuve que aprender a odiarla, a reprimirla, a despojarla de todo valor. Y casi siempre lo hice, pero aun así no podía evitar casi desesperadamente buscar formas en las que mi locura pudiera ser diferente del arte que seguía haciendo, de los pensamientos que seguía teniendo, de los poemas que seguía escribiendo. Clasificar estas cosas se convirtió en un arte en sí mismo. Pero era realmente agotador.
¿Cuál era la enfermedad mental? ¿Cuale era la creatividad valiosa? Todo esto sucedía mientras sabía que estaba perdiendo algo precioso. Un poema. Un hueso. Una parte de mí.
Cómo se encuentra un poema
Hay un elemento básico de domesticación de la creatividad salvaje que creo que ocurre cuando la mayoría de los artistas maduran. Y no lo digo en un sentido negativo, como cuando hablo de la creatividad oprimida o destruida. Hablo de las habilidades que aprendí cuando descubrí cómo viajar a reinos imaginarios que a menudo me dejaban completamente perpleja y confusa para poder crear obras de arte que pudieran comunicar algo eficazmente a los demás. Y este aprendizaje puede verse como un paralelismo con la sanación del padecimiento mental, o lo que se llama “psicosis”.
Sólo tenía 21 años cuando me vi obligada a entrar en el mundo de la psiquiatría y mi imaginación se convirtió en un lugar al que me enseñaron a tener miedo. No tuve mucho tiempo para comprender el valor de entrenar o de domesticar mi creatividad, y nadie fue capaz de enseñarme ninguna estrategia para hacerlo porque tan pronto como me sumergí en la “locura”, mi creatividad fue totalmente sospechosa y amenazante.
Cuando empecé a dejar la medicación psiquiátrica, volví a sentir toda su fuerza después de casi 20 años de reprimirla, intentando erradicarla incluso sabiendo que había mucho que salvar. Recuerdo que era mucho más fuerte que cuando era joven.
Este fue el comienzo de mi viaje de regreso a mi misma para encontrar lo que había perdido. Era un poema, sí, pero al final era mucho más que eso.
¿Cómo se encuentra un poema perdido? ¿Cómo se empieza a buscarlo? ¿Cómo se repara un poema para que vuelva a la vida?
Pocos entienden los terrores por los que pasé para volver a encontrar ese poema. Recuerdo el terror que sentí cuando empecé a ver de esa forma tan vívida que tenía antes de la psiquiatría, antes de que los fármacos opacaran la intensidad de las imágenes y las voces que me llegaban, antes de que yo misma las opacara interiorizando el miedo y el juicio de que eran malas. Debían ser ignoradas y canceladas. Me acostaba por la noche y por mi imaginación pasaban casi sin parar imágenes completamente desconectadas del contexto de mi vida. Algunas de esas imágenes eran extremadamente detalladas y aterradoras.
Cuando empecé a redescubrir la fuente creativa que había dentro mio, sin trabas, amada de nuevo, preciosa de nuevo, encontré la manera de separarme un poco de esas imágenes, a veces horripilantes, mirándolas como obras de arte, a veces incluso maravillándome de su potencia. Y a veces aparecía una imagen tan curiosa, tan fuera de las cosas. Y me despertaba con ella aún en mi conciencia. Podía ser un sueño, un rostro, una frase… y de pronto me encontraba buscando su significado.
Mi dolor por todas las cosas perdidas había empezado a convertirse en un mapa. Y ya no tenía tanto miedo de seguirlo.
Una historia empezaba a contarse dentro mio… un poema se iba tejiendo a partir de sus fragmentos: un viejo poema, el único poema que sentía que debía poner en la página, el que había perdido hacía tantos años en el suelo de las baldosas de una celda solitaria. Las noches se convertían en viajes; cuando cerraba los ojos, me preparaba para la salvaje aventura del sueño, con la esperanza de despertarme con alguna información que aportara curiosidad y motivación al día siguiente: un destello de una imagen que dibujaría o un poema.
Y entonces, una noche, el poema volvió a mí. El que estaba enterrado bajo el peso del descuido colectivo con mi creatividad. El que metafóricamente garabateé en las paredes y fue arrastrado por el agua, cuando no me dieron otra cosa para entender mis experiencias que la enfermedad mental. Y mientras lo escribía en un cuadernito junto a mi almohada, empezaba a recordarme.
Guardé el poema. Lo había escondido de contrabando en la médula de mis huesos a través de la violencia que padecí todos esos años. La desesperación, el dolor y el miedo. Pero, el poema me esperaba.
UNA MUJER, UN LOBO Y UNA BALLENA
Mientras la tierra se incendia,
y las almas de la gente arden en llamas-
Nos quedamos despiertos por la noche
escuchando una canción de paz,
una canción de dolor-
para que finalmente podamos llorar por lo que perdimos,
por lo que olvidamos.
Pero, el único sonido es el rugido del mar al borde del todo.
Bajo el agua,
la ballena canta para sanar.
Ella sabe que sólo el Fuego devora el Aire,
pero ella y el Agua son uno.
Ella sabe que su canción está llena de dolor.
Y conoce su propósito y su poder.
En algún lugar un Lobo canta a la luna de Hécate,
Llamando a los líderes de los extraviados.
Ella sabe que su canción es de soledad,
ella sabe que siempre luchará por la vida,
y nunca será sacrificada.
Ella sabe que no hay maquillaje lo suficientemente elegante como para convertirla en una ofrenda.
Y conoce su propósito y su poder.
En algún lugar al borde de los Sueños,
una mujer sonríe a la Cruz de Cristo,
se sienta en sus brazos balanceando sus pies,
mientras sus ancestros bailan al compás.
Ella sabe que su pueblo no tiene donde poner sus pecados estos días,
ni monedas, ni sacerdotes-
Ni siquiera en los cuerpos de sus hermanos,
o en los vientres de sus hijas,
arrojados al vacío de la Muerte.
No, deben atenderlos ellos mismos,
y volver a usar Canciones como magia.
Una Mujer, un Lobo o una Ballena,
que conoce el propósito y el poder de su voz-
sólo ella puede ponerla en juego.
Después de que este poema se abriera camino hasta mí, empezaron a llegarme más y más poemas. En los años siguientes, tuve suficientes para reunirlos en un libro. Este libro, In Water Not Blood (En el agua, no en la sangre), fue como una celebración y un reencuentro conmigo misma, que comenzó con el reencuentro de aquel poema que había perdido.
Por todos los poemas perdidos
En muchos sentidos, ni siquiera los propios artistas, poetas o músicos saben cuál puede ser el verdadero impacto de su trabajo. Un poema, una obra de arte, una canción, sale al mundo, incluso en el reverso de una servilleta o de un recibo de restaurante, y hace lo que tiene que hacer, a pequeña o gran escala, a pesar de las expectativas o esperanzas de su creador. Pero lo que el poeta sabe sin lugar a dudas es lo valioso que es el poema en sí.
Dediquemos hoy un momento a llorar todos los poemas perdidos, el arte desaparecido. Dediquemos hoy, un homenaje para reconocer cuando al creatividad es arrasada por un tratamiento psiquiátrico. Tomémonos un momento para pensar en ello ahora. Pensemos en las generaciones de poemas que hemos perdido. Generaciones de historias y canciones. Pensemos, sólo por este momento, en lo que eso significa para nuestra comunidad.