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La chica de la planta se rebela.

En el marco del Festival ENTRÁ —una respuesta federal y autogestiva frente al desmantelamiento del Instituto Nacional del Teatro— se presentó este sábado La chica de la lámpara, de Marta Aran, una obra tan divertida como necesaria para repensar tanto el rol de la maternidad como el del trabajo cultural aspiracional.

A través de un humor ácido, con diálogos que rozan lo grotesco, la obra se sitúa en una galería de arte contemporáneo, donde Alba, embarazada y progresista, compite por un puesto de dirección artística. Alba quiere progresar en su carrera artística enfrentando las formas en que se le impone cursar su embarazo. Pero lo que podría ser una comedia de enredos laborales se transforma en un campo de batalla simbólico: el cuerpo gestante de Alba se vuelve el blanco de discursos que le imponen una forma de estar en el mundo, discursos que la infantilizan, la culpabilizan y la despojan de voluntad. Su hermana, su pareja y una colega, cada uno desde su lugar, multiplican en su modo de relacionarse la violencia medico-obstétrica que no necesita bisturí ni camilla: opera con palabras, con silencios y con expectativas impuestas.

La dramaturgia de Aaran muestra de forma exquisita como la violencia obstétrica se reproduce en el discurso medico hegemónico de la pareja, la colega y la hermana. Desde el principio de la obra se presentan distintas formas de reaccionar a una mujer embarazada, como si su embarazo fuera una enfermedad o un trastorno. El descanso, los cuidados y la tranquilidad se vuelven en esta obra algo que hay que producir para someterse al mercado, las normas y expectativas del sistema medico hegemónico.

Fotografía: Nicolás Ortiz de Elguea. Antonella Jaime, Carolina Babich en los roles de Alba y su hermana.

En este sentido, la obra no solo critica la maternidad idealizada, sino que expone con crudeza cómo el deseo de ser madre puede volverse culpa, ambivalencia y represión. Alba no es una heroína ni una víctima: es una mujer atravesada por un sistema que exige progreso, belleza, docilidad y éxito, todo al mismo tiempo. Y cuando no puede o no quiere cumplir con ese mandato, la escena la muestra excluida de su red social y laboral.

La lámpara que da título a la obra —una idea de performace propuesta por su pareja: una chica con una luz en la cabeza y un cable que le sale entre las piernas— condensa la violencia medica que atraviesa la obra teatral. Es una imagen ridícula y brutal: el cuerpo femenino convertido en objeto de consumo artístico, iluminado para otros, conectado a una red de poder que lo enciende y apaga a voluntad. El elenco transita con precisión los matices del texto y refuerza la artificialidad de una cultura donde todo —incluso el embarazo— puede ser estetizado y mercantilizado.

En tiempos de decretos inconstitucionales, La chica de la lámpara no ofrece consuelo, sino que abre preguntas sobre la maternidad y el trabajo cultural. Pero al igual que el Festival ENTRÁ —que culmina el 9 de julio, Día de la Independencia, con asambleas abiertas en todo el país— insiste en encender una luz, aunque sea temblorosa, en medio de la oscuridad.

ENTRÁ no es solo un festival en defensa del Instituto Nacional del Teatro: es una acción artística y política que pone el acceso al teatro en el centro de la escena. Este festival nacional se vuelve una herramienta colectiva que busca visibilizar la lucha del sector cultural, exigir la derogación del decreto 345/2025 (donde se elimina la estructura autárquica y federal del INT) y fortalecer la red de trabajadores y trabajadoras de la escena en todo el país. Su modalidad “a la gorra” no es una concesión, sino una declaración de principios: el arte no se rinde, se comparte.


Funciones: Sábados a las 22.15 hs

Teatro: El Excéntrico de la 18

Dirección: Lerma 420, Villa Crespo, CABA.


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